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Revista de Educación •

Cultura

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Él buscaba la verdad aunque fuese impopular, mientras

que los sofistas estaban interesados en la persuasión del

otro, mediante argumentos lógicos o argucias destinadas

a emocionar a su audiencia. Y estos últimos, además,

impartían lecciones a cambio de un salario, hecho que

fue duramente criticado por Sócrates y Platón.

Pero volviendo a Giannini, su mirada de algún modo es-

tuvo puesta en la calle, que asumió como una aventura,

y en la emoción, que valoraba como fundamental dentro

de la convivencia humana y dentro de las identidades

particulares.

Uno de sus mayores aportes fue recordarnos que

“la

humanidad -la de cada uno, la de todos- no se logra

en soledad, sino que exige hacernos disponibles para

el encuentro y la convivencia con los otros. Su filosofía

puede ser definida como una búsqueda de la expe-

riencia común, como el anhelo de encontrar en la vida

cotidiana una suerte de absoluto empírico que ilumine

la experiencia moral que en ella arraiga. Su pensamiento

fue una verdadera lucha contra el avance de la soledad

en la sociedad contemporánea; esa soledad implica-

da en experiencias de desencuentro, de intolerancia,

incomprensión o indiferencia: formas diversas de una

convivencia no lograda o que sólo llega a ser tangencial,

modulaciones negativas que conducen a enclaustrar

nuestras individualidades y hacer zozobrar el curso de

los asuntos humanos, especialmente uno que estuvo

en el centro de sus preocupaciones: el de la vida en

común”.

La convivencia necesita

rostros

Por otro lado, Giannini no demoniza la tecnología, pero

siempre fue claro en señalar que “el entendimiento ne-

cesita rostros, miradas, gestos, presencia”. Y es que, dijo,

“no se puede estar de manera virtual en contacto con el

mundo. El mundo es un cuerpo viviente constituido de

vecinos”.

Desde su perspectiva, los conflictos se solucionan a par-

tir de nuestra capacidad de razonar y de sentir. Evoca a la

grandeza de lo humano, al sostener que hay una enorme

capacidad en el ser humano para entender situaciones

complejas, difíciles, sin olvidarlas, por supuesto.

Incluso abordó el tema del perdón, clave para una sana

convivencia.

“Se pide perdón de lo injustificable, de aquello para lo

cual no hay defensa ni razón posible.

¿Es indiferente quien toma la iniciativa, si el perdón tiene

como fin la re-conciliación?

No es indiferente, porque el supuesto ofensor podría

alegar, en respuesta al “don” que se le pretende otorgar,

que no hay razón alguna para pedir perdón, y que el

adelantarse a perdonar es un acto de soberbia propio

de “un perdona-vidas”. Y entonces no habrá re-concilia-

ción, sino un nuevo motivo de guerra. En todo caso, si el

ofendido se adelanta a conceder el perdón, el ofensor

perderá la oportunidad de liberarse de la actualidad de

su delito. Esta actualidad solo puede ser alejada hacia el

pasado con el reconocimiento de que no hay justifica-

ción alguna para la ofensa inferida”.

Crédito:Revista de Educación

Desde una mirada

biológica

Por otra parte, el ser humano ha evolucionado en térmi-

nos biológicos. Formamos parte del grupo de los prima-

tes, que incluye a los gorilas, orangutanes y chimpancés.

Compartimos varias características con ellos como uñas

planas en los dedos en lugar de garras y el dedo pulgar

oponible a los demás. Pero, a partir de los estudios de

restos fósiles, sabemos que los humanos comenzamos

a diferenciarnos del resto de los primates hace 3,9 a 3,5

millones de años atrás. En ese entonces, los individuos

tenían marcha bípeda y un cráneo más pequeño que el

actual. Ahí estuvo el punto de partida de una serie de

progresos evolutivos.

Pero, sin duda, lo que nos distingue de otros mamíferos

y lo que determina nuestras formas de convivencia no es

solo la evolución biológica propiamente tal, sino lo que

se ha denominado las diferencias culturales y que son

típicamente humanas, como el lenguaje simbólico, el

saber que nos vamos a morir algún día, el desarrollo de

una capacidad moral, el establecimiento de relaciones

afectivas más profundas y variadas, entre muchas otras.

Al respecto, podemos destacar las palabras del célebre

biólogo y filósofo Humberto Maturana (1928-2021),

Premio Nacional de Ciencias en 1994, quien en entrevista

exclusiva con Revista de Educación señaló:

Bibliografía

Vida cotidiana en la Antigua Grecia. En:

https://www.decorarconarte.com/cont-culturales/pagi-

nas-de-historia-del-arte/vida-cotidiana-en-la-antigua-grecia/

Sofistas. Quiénes eran, filósofos más importantes. En:

https://concepto.de/sofistas/

Convivencia. En:

https://etimologia.com/convivencia/

Historia, arte y cultura. En:

https://www.grecia.info/es/info/historia-arte-cultura-de-grecia

Revista de Educación N° 376, publicación del Ministerio de Educación, octubre de 2016. Versión impre-

sa y online en

www.revistadeeducacion.cl

Artículo “Reconciliarse, Humberto Giannini Íñiguez”. Revista Anales Séptima Serie, Nº 2, noviembre

2011. Anales de la Universidad de Chile. Descargable en:

https://lajtp.uchile.cl/index.php/ANUC/article/

view/17277/20582

Philippe Dardel H. Artículo “Entrevista con Humberto Giannini: el filósofo de la vida cotidiana”. El Mer-

curio nov. 5, 2000, p. C1 y C6-7. Descargable en Biblioteca Nacional Digital:

http://www.bibliotecana

-

cionaldigital.gob.cl/colecciones/BND/00/RC/RC0122695.pdf

RdE

“Se dice que somos seres racionales, pero en reali-

dad somos seres emocionales que además podemos

reflexionar y escoger lo que hacemos en las distintas

circunstancias en que nos encontremos. Y no hay otros

seres vivos que lo puedan hacer de manera reflexiva, y

eso es posible porque existimos en el lenguaje. Ese es

nuestro gran tesoro: podemos escoger en cada instante

lo que hacemos”.

De allí que nuestra propia convivencia como seres hu-

manos tenga ciertas peculiaridades, que la hacen muy

diferente de los otros seres del reino animal. Es a través

del diálogo o del lenguaje, según la concepción de Ma-

turana, que emergemos como seres humanos colabora-

dores, solidarios y respetuosos hacia los demás y hacia

nosotros mismos. No es el cerebro ni los genes los que

determinan nuestra conducta, sino la interacción entre el

lenguaje y las emociones.

Y, desde su perspectiva, es en el espacio relacional/inte-

raccional en donde vivimos las dimensiones psicológicas

de nuestra vida humana, y en donde “nos tornamos seres

humanos como sistemas vivos en acoplamiento estruc-

tural con un medio que contribuimos a crear con otros al

crear nuestra dimensión”. Por tanto, en lo que se refiere

al devenir configuracional de un ser humano, no existe

interacción o experiencia trivial. Para un ser humano,

todas sus interacciones son fundamentales.