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Revista de Educación •

Cultura

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Cultura

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Al echar un vistazo al desarrollo histórico de la huma-

nidad, nos encontramos a menudo con la convivencia

de civilizaciones y culturas que dieron como resultado

un verdadero y positivo salto en la evolución humana.

Sin embargo, también aparecen registros de momentos

en que la convivencia no fue armónica y desembocó en

fuertes altercados, incluso en sangrientas guerras, entre

comunidades que no pudieron dirimir sus diferencias ni

posicionar la autoridad en el espacio compartido. Cabe

reconocer, eso sí, que ambas situaciones, las pacíficas y

las adversas, brindan a los individuos la oportunidad de

descubrir, conocer y ampliar su consciencia social para

reorganizarse y seguir evolucionando juntos.

Pero ¿qué es la convivencia? ¿de qué se trata esta con-

dición inherente a los seres humanos?

“Convivere” es un vocablo en latín que significa: entender

las reglas, tener capacidad de sociabilidad y respetar para

compartir en comunidad. Desglosada, el prefijo “con” se

interpreta como “junto” y la palabra “vivere” contempla la

propia existencia. Es decir, la vida en común y en un es-

pacio compartido significa aceptar un marco de normas

para desarrollarse en armonía y paz. Todas las disciplinas

que se ocupan del ser humano, como la sociología, la

antropología, la medicina y la psicología, entre otras,

coinciden en que procurar una buena convivencia es

crucial para la salud emocional y física de cualquier

persona.

Apenas nacemos convivimos con integrantes de nuestra

familia: padres, abuelos, hermanos, tíos y otros parientes.

A medida que vamos creciendo se amplía nuestro radio

de acción y nos vemos yendo a la escuela, a la educación

superior, al trabajo, a todo tipo de lugares públicos.

Desde una mirada

histórica y cultural

Un ejemplo digno de repasar en los anales de la historia

occidental es el encuentro de Grecia y Roma, dónde esta

última sociedad aprendió muchísimo de la otra e, inclu-

so, absorbió gran parte de su cultura haciéndola propia.

Así se amplió la base de la civilización europea que luego

se expandió a otros continentes como América. Es im-

portante considerar que el legado griego perdura hasta

hoy en conceptos tan trascendentes como polis o ciu-

dad, democracia, ciudadanía, estructuras urbanas, que

encarnan la convivencia humana en nuestra sociedad.

Si repasamos la vida cotidiana en la antigua Grecia nos

asombraríamos al darnos cuenta de cómo la “convi-

vencia”, como la entendía ellos, está vigente en gloria y

majestad en la actualidad. Repasando textos, pese a los

"Mujer alemana saludando desde Berlín

Occidental a sus conocidos del sector

oriental, separada por el muro. Imagen

de uso público."

2.500 años que nos separan, los cambios culturales y los

abismantes avances de la tecnología, se aprecia la simili-

tud con las formas de vida actual. De hecho, los griegos

crearon los principios democráticos y los pusieron en

práctica con sus ciudadanos.

Gracias a vestigios arqueológicos, textos escritos y

legados artísticos, nos podemos hacer una idea de la

cotidianeidad de Atenas, la polis (junto a Esparta) más

importante y representativa de la Grecia clásica, donde

la organización política, hasta los siglos IV y III a.C., fue

la de Estados independientes con gobiernos autónomos

unidos por una misma cultura (koiné) y un mismo idioma.

Estas polis hacían alianzas a veces y en otras ocasiones

se enfrentaban en guerras, aunque mantenían un fluido

trajín comercial.

Cómo era la convivencia

en la Antigua Grecia

Atenas se levantó como un poderoso centro cultural, ar-

tístico y filosófico, con un sistema democrático en el que

los ciudadanos (que para ellos eran los hombres nacidos

libres, de padres atenienses y mayores de 31 años) podían

elegir y ser candidatos a gobernantes, votar las leyes y ser

designados como jueces.

En cuanto a religión, eran politeístas, valiéndose de mitos

que narraban las historias de sus dioses y hacían cele-

braciones en honor a ellos. Tal es el caso de los Juegos

Olímpicos que se celebran en homenaje a Zeus. También

los griegos se sentían herederos de un pasado comparti-

do y por eso valoraban los poemas homéricos que refle-

jaban ese pasado, por ejemplo, cuando se unieron para

luchar contra los troyanos. Y a los niños desde pequeños

se les hacía recitar y memorizar los versos de Homero,

para que aprendieran sobre creencias, costumbres e

ideales, asuntos fundamentales en su formación social y

cultural.

Los estilos de vida en sociedad se podían distinguir en el

flujo cotidiano de quienes habitaban los pequeños Esta-

dos, siempre acorde al estatus según clase social, la que

estaba determinado por la condición de ciudadano o no

del individuo y por su grado de riqueza material.

En general, se valoraba mucho la palabra, pues permitía

expresar el pensamiento y entenderse con los demás,

cuestión esencial para la buena convivencia. Por ello, du-

rante las comidas o en los paseos por la ciudad, los ciu-

dadanos griegos sostenían muchas conversaciones, en

especial les gustaba escuchar los relatos de los discursos

políticos, las enseñanzas de los sabios y también partici-

par en alegatos sobre asuntos de sus polis, pues consi-

deraban fundamental ejercer sus deberes y derechos, de

modo que las leyes que los rigieran se basaran en el bien

común y surgieran de acuerdos ciudadanos.

Mientras, los hombres “libres” (no esclavos ni de otra ca-

tegoría social) se desenvolvían en la actividad pública, las

mujeres, modestas o acomodadas, carecían de derechos

civiles. Ellas debían hacerse cargo del hogar, dedicarse

a cocinar, a ir de compras o a vender en el mercado si

lo necesitaban y a la crianza de los hijos. Esencialmente,

eran concebidas como educadoras y madres.

Era en el ágora, la plaza central, el corazón de la polis,

donde bullía la vida pública. Allí se cruzaban las amas de

casa, los esclavos, los ciudadanos, los mercaderes y los

filósofos que se paseaban enseñando. El intercambio

de noticias se daba también en los baños públicos, al

que acudían hombres y mujeres en espacios separados.

Las mujeres de clases más pudientes no asistían porque

tenían baños en sus propias viviendas.

Por otro lado, es justamente en la Antigua Grecia donde

surgieron las “escuelas”, pero entendidas en un sentido

diferente al actual. Ahí un líder intelectual se dedicaba

a enseñar distintas materias a un reducido número de

seguidores. Esto lo vemos en la Escuela Pitagórica, en la

Academia de Platón, en la “Stoa” de los estoicos (escuela

estoica, ubicada en el pórtico pintado de Atenas) y en el

Liceo de Aristóteles.

Desde una mirada

filosófica

A Humberto Giannini (1927-2014), Premio Nacional de

Humanidades 1999, se le ha llamado el “filósofo de la

convivencia humana”. Sus escritos sobre la tolerancia, el

perdón, la esperanza, la comunicación y la convivencia

tuvieron como fin contribuir a una sociedad más reflexiva

y dueña de su destino.

Se ha dicho que adscribe a la tradición socrática, pues

“socrática fue su atención a la ciudad como ámbito don-

de rastrear la experiencia común, su preocupación por el

curso moral de la convivencia social en que estaba im-

plicado y su concepción del filósofo como un ciudadano

que pone su praxis al servicio de la promoción humana

de la polis”.

Y es que Sócrates (470-399 a. C.) se nutría de las con-

versaciones con sus semejantes, no reflexionaba en-

cerrado entre cuatro paredes. Cabe recordar que creía

en el poder de las palabras; de hecho, conversaba con

cualquier ateniense que estuviese dispuesto a escuchar-

lo, y generalmente lo hacía caminando. Su antagonismo

con los sofistas -corriente filosófica de su tiempo- era

evidente: él era partidario del diálogo, mientras que los

sofistas usaban el debate como método de enseñanza.