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Vicuña entregó el informe a la Junta de Gobierno

en enero de 1813. Allí se indica que “solamente hay

siete escuelas enseñando y dos próximas a hacerlo;

que en las siete se enseña a 664 niños, lo que es muy

pequeño en proporción a la población que, según

cálculo de matrículas parroquiales, pasa de 50.000

habitantes” y se solicita aumentar su número con

urgencia. Esto sirvió de base a un documento titulado

“Instrucción Primaria: disposiciones fundamentales”,

en el que se pone de manifiesto el inicio de la

preocupación del Estado chileno en la instrucción. A

partir de este informe, el 18 de junio de ese año fue

dictado el “Reglamento para Maestros de Primeras

Letras”. Su artículo 2° estableció que la educación

era gratuita y que no se podía cobrar a los padres por

ningún motivo.

Además, el 21 de agosto de 1812, la Junta de la época

firmó un decreto que ordenaba que “cada monasterio

‘destine una sala para la enseñanza de las niñas, que

deben aprender por principios la religión, a leer y

escribir y los demás menesteres de una matrona,

aplicando el Ayuntamiento sus fondos para pagar

los salarios de maestras que, bajo la dirección y

clausura de cada Monasterio, sean capaces de llenar

tan loable como indispensable objeto’”. Este decreto

fue el primero que se preocupó de la educación de

las niñas y dejó claro que el Estado tiene un rol en

la educación, al obligar a los municipios a financiar

estas escuelas con sus presupuestos.

Los establecimientos que se fundaron en las décadas

de 1840 y 1850 –y que continuaban en manos del

Cabildo- no habían progresado mucho en cuanto a

sus condiciones de infraestructura y mobiliario. Así las

retrata Sol Serrano y Macarena Ponce de León en su

libro “Historia de la Educación en Chile: 1810-2010”:

“Su infraestructura fue muy variable, desde ramadas

sostenidas por estacas, ranchos de paja, bodegas,

hasta galpones ruinosos ‘que el día que menos

se piense se vienen abajo y aplastan a maestro

y discípulos’. La mayoría eran piezas cedidas por

la municipalidad o ayuntamiento, a veces en sus

propias dependencias, a veces en cuarteles, a veces

en habitaciones arrendadas en casas particulares,

generalmente del propio preceptor. Hubo una

escuela en la cocina del maestro y otra en la casa

del subdelegado. Eran unidocentes con un salón

pequeño, de unos veinticuatro metros cuadrados

y el más grande no pasaba los cien. Algunas tenían

dos salones separados por un tabique. Solían

estar sobrepobladas. Eran oscuras, sin ventilación,

calurosas en verano y frías en invierno, las ventanas

sin vidrios, revestidas con tocuyo. Eran húmedas por

los pisos de barro o de enladrillado ligero. Tampoco

tenían un terreno, patio para el recreo ‘ni un lugar

común para hacer sus necesidades corporales’. Por

cierto, muy pocas tenían agua”.

La “escuela fiscal” en sus inicios

Además de las escuelas de los Cabildos y las órdenes

religiosas, surgiría un tercer tipo de establecimiento:

la llamada “escuela fiscal”, término que aludía

inicialmente a establecimientos gestionados por

las comunidades locales o por los Cabildos y que

recibían fondos del Estado.

Las historiadoras Sol Serrano y Macarena Ponce de

León explican que “los antiguos Cabildos empezaron

a pedir financiamiento al gobierno en la medida en

que sus propias entradas eran escasas e inestables. El

municipio de Yumbel, en la provincia de Concepción,

había fundado una escuela con 70 alumnos en un

pequeño y alejado distrito, pero en 1834 la cerró

por falta de recursos y pidió fondos nacionales para

el sueldo del preceptor. Ese fue el mecanismo por

medio del cual nacieron las escuelas fiscales. En 1835

se contaron 40 a lo largo del territorio; había dos en

Chiloé, una en Coquimbo y 20 en Concepción. El

número de alumnos oscilaba según los tiempos de

cosecha, promediando alrededor de 50. El gobierno

parecía relativamente cómodo con este sistema y

consideraba que la primaria progresaba gracias al

celo de los Cabildos, de las comunidades religiosas

y de los individuos que, animados de un verdadero

patriotismo, han querido coadyuvar a las autoridades”.

El Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública

(antecesor del Ministerio de Educación), creado

en 1837, hasta ese momento tenía “una política

declarada de dotar de fondos fiscales a las escuelas

primarias donde los municipios no pudieran hacerlo

Cultura

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