

Cultura
“Las escuelas autorizadas y financiadas por
los Cabildos con fondos reales fueron pocas.
Funcionaban en la casa del maestro, en una o
dos piezas que daban a la calle. El mobiliario era
menguado y rústico. Dada la escasez de pupitres, los
más pobres permanecían de pie o en cuclillas. Las
paredes desnudas lucían la estampa de algún, mal
pintado, santo popular”.
Así cuenta Fredy Soto Roa, en su libro “Historia de
la Educación Chilena”, como fueron los inicios de
la educación pública en Chile en el siglo XVIII, en la
que cada maestro contratado por el Cabildo -una
de las instituciones más antiguas de la América
española, que consistía en una suerte de corporación
municipal que representaba a las elites locales frente
Foto: Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.
Y lectura de foto: Escuela de Hombres Nº 33 de Santiago, sin
fecha registrada.
a la burocracia real- tenía a su cargo una escuela.
Se cuenta que recibía su salario con tardanza, y que
cobraba a los padres de sus alumnos, quienes le
pagaban en especias.
Pero, con excepción de unas pocas escuelas de
los Cabildos, la educación en esa época estuvo
principalmente en manos de las órdenes religiosas,
entre las que destacó la Compañía de Jesús (jesuitas).
“En la ciudad, los hijos de vecinos encomenderos y
vecinos moradores asistían a Escuelas de Primeras
Letras mantenidas por los conventos y el Cabildo. La
educación citadina era elementalísima, no pasaba de
enseñar a leer, escribir, contar y catecismo. No hubo
escuelas en los campos, ni para niños criollos, indios,
mestizos o negros. Las niñas sólo iban a conventos”,
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