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Revista de Educación •

Cultura

“B

úsquensele todos los medios para que

pueda vivir sin mendigar la protección.

Y habrá así menos degradadas. Y habrá

así menos sombras en esa mitad de la humanidad. Y

más dignidad en el hogar. La instrucción hace nobles

los espíritus bajos y les inculca sentimientos grandes.

Hágasele amar la ciencia más que las joyas y las sedas.

Que consagre a ella los mejores años de su vida.

Que los libros científicos se coloquen en sus manos

como se coloca el manual de Piedad”, dice nuestra

poeta y educadora Gabriela Mistral (1889-1957).

Desde una mirada feminista, la Mistral fue una

activista incansable por la educación de las mujeres

chilenas, tanto en el nivel escolar, en especial el

técnico profesional, como en el nivel superior,

universitario. Quería que la mujer se cultivara con el

fin de “instruirla, levantarla y abrirle así un campo más

vasto de porvenir, prestancia”, acotaba. En definitiva,

deseaba que alcanzara la felicidad cumpliendo un rol

valorado por la sociedad y a la par con los hombres.

Cabe recordar que Lucila Godoy Alcayaga (su

nombre original) ingresó al campo de la enseñanza a

los 14 años, como preceptora ayudante en la Escuela

de la Compañía Baja, población ubicada al norte del río

Elqui. Y que, en 1910 rindió exámenes de competencia

en la Escuela Normal de Santiago para validarse como

profesora. Al año siguiente fue designada maestra

interina e hizo clases de Labores, Dibujo, Higiene y

Economía Doméstica en el Liceo de Traiguén. Más

adelante fue Inspectora General y profesora de Historia

y Geografía y Castellano en el Liceo de Los Andes.

En 1920 ya era directora de liceo en Temuco y luego

se trasladó a Santiago, allí se hizo cargo del Liceo de Niñas

N°6 donde le rindió honores a la destacada educadora

Teresa Prat (nieta de Andrés Bello) proponiendo el

nombre de ella para bautizar el establecimiento. Todo

el tiempo dedicado a la educación fue acompañado

de su incondicional amor por la escritura y la poesía. Al

punto que, como ya sabemos, el año 1945 la Academia

Sueca le otorgó el premio Nobel de Literatura.

Ella fomentó con ahínco la educación femenina

desde su condición de maestra (autodidacta), incluso

habiendo sido rechazada de la formación regular

cuando postuló para ingresar a la Escuela Normal de La

Serena en 1905. Su obra literaria es reconocida a nivel

mundial y su legado en la educación también cruzó

fronteras, prueba de ello es su intensa colaboración en

la reforma educativa de México, el año 1922, donde

organizó y fundó las famosas Bibliotecas Populares.

En 1951 el gobierno de Chile (quizás en un

acto reparatorio por la indiferencia hacia su figura)

le entrega el Premio Nacional de Literatura.

Sin embargo, en 1954, la Universidad de Chile le

otorgó el título de Doctor Honoris Causa, siendo la

primera persona en recibir esa importante distinción.

Y a los pocos meses la Universidad de Columbia

en Nueva York, Estados Unidos, le concedió el

doctorado Honoris Causa. Mientras en Santiago, la

Editorial del Pacífico sacaba a la luz su libro Lagar.

Falleció en 1954 en la ciudad de Nueva York. Sus restos

mortales fueron trasladados a Chile y actualmente reposan en

su querido pueblo de Monte Grande, en el Valle del Elqui.

PRIMEROS ATISBOS DE CAMBIOS A FINES DEL

SIGLO XIX

Repasar la vida de nuestra Premio Nobel nos da la idea

de lo alto que pueden llegar las mujeres en la esfera de lo

profesional e intelectual, sin descuidar su vida personal y su

rol social. Para ello vale echar un vistazo a la evolución de la

escuela y de la educación en general en nuestro país.

La Mistral fue una activista incansable

por la educación de las mujeres chilenas,

tanto en el nivel escolar, en especial el

técnico profesional, como en el nivel

superior, universitario. Quería que la

mujer se cultivara con el fin de “instruirla,

levantarla y abrirle así un campo más

vasto de porvenir, prestancia”, acotaba.

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Revista de Educación •

Cultura

Teresa Adametz. Colección Museo de la Educación Gabriela Mistral.

La Constitución de 1833 declaraba a la instrucción

pública como “una atención preferente del Estado”. Y

parte de esa intención se materializó primero, en 1842,

con la fundación de la Escuela Normal de Preceptores,

pero hasta entonces las mujeres no figuraban. Recién en

1854 surgió la Escuela Normal de Preceptoras, a cargo de

las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús.

Sin duda, esto contribuyó a la inserción de la mujer

en el mundo profesional. Las postulantes eran de origen

muy humilde y este trabajo constituía para ellas una

fuente de ingresos.

Fiel reflejo de esta realidad son las palabras de la

educadora Teresa Adametz (1846-1917) a las alumnas de

la Escuela Normal, en el notable discurso que dio con

motivo de la inauguración, en 1886, del nuevo edificio de

esta institución, en calle Compañía N° 3150. Allí, frente al

Presidente de la República, don Domingo Santa María y

los Secretarios de Estado, afirmó:

“No olviden jamás, hijas mías, las modestas

habitaciones en las cuales han nacido, ni los hogares

humildes en los cuales la mayor parte de ustedes irán

después a pasar su vida. No olviden que todo lo que se

les proporciona aquí: casa, alimento, educación, es un

Lucila Godoy Alcayaga, más conocida por su seudónimo de Gabriela

Mistral. Colección: Museo de la Educación Gabriela Mistral.

préstamo que ustedes reciben de sus conciudadanos, y

que sólo pueden pagar semejante deuda haciendo lo que

de ustedes se espera: primero, buenas alumnas de esta

Escuela, y después buenas maestras del pueblo”.

Teresa Adametz dirigió esta Escuela hasta 1890.

Oriunda de Silesia –región de Europa Central que hoy

está casi enteramente en Polonia con pequeñas partes en

la República Checa y Alemania–, a los 39 resolvió venir a

Chile, a solicitud de don José Abelardo Núñez, a quien el

gobierno en 1878 envió a Europa y Estados Unidos para

conocer los sistemas de enseñanza básica y secundaria y

también los programas de formación de docentes para su

posible aplicación en Chile.

Ella antes residía en Austria y estaba al frente del

Internado Imperial, colegio destinado a la educación de

hijas de militares. Una vez terminado el contrato con el

gobierno chileno, dejó la profesión; pero más tarde sirvió

algunos años como directora del Liceo N° 2. En 1908,

jubilada, se marchó a Europa.

En el notable discurso que leyó en la inauguraron del

año escolar de 1886 -y al cual se hace referencia en el libro

Actividades Femeninas en Chile, de 1928-, dejaba muy

claro cuál sería la futura labor de sus alumnas: “cultivar