

58
Revista de Educación •
Cultura
“B
úsquensele todos los medios para que
pueda vivir sin mendigar la protección.
Y habrá así menos degradadas. Y habrá
así menos sombras en esa mitad de la humanidad. Y
más dignidad en el hogar. La instrucción hace nobles
los espíritus bajos y les inculca sentimientos grandes.
Hágasele amar la ciencia más que las joyas y las sedas.
Que consagre a ella los mejores años de su vida.
Que los libros científicos se coloquen en sus manos
como se coloca el manual de Piedad”, dice nuestra
poeta y educadora Gabriela Mistral (1889-1957).
Desde una mirada feminista, la Mistral fue una
activista incansable por la educación de las mujeres
chilenas, tanto en el nivel escolar, en especial el
técnico profesional, como en el nivel superior,
universitario. Quería que la mujer se cultivara con el
fin de “instruirla, levantarla y abrirle así un campo más
vasto de porvenir, prestancia”, acotaba. En definitiva,
deseaba que alcanzara la felicidad cumpliendo un rol
valorado por la sociedad y a la par con los hombres.
Cabe recordar que Lucila Godoy Alcayaga (su
nombre original) ingresó al campo de la enseñanza a
los 14 años, como preceptora ayudante en la Escuela
de la Compañía Baja, población ubicada al norte del río
Elqui. Y que, en 1910 rindió exámenes de competencia
en la Escuela Normal de Santiago para validarse como
profesora. Al año siguiente fue designada maestra
interina e hizo clases de Labores, Dibujo, Higiene y
Economía Doméstica en el Liceo de Traiguén. Más
adelante fue Inspectora General y profesora de Historia
y Geografía y Castellano en el Liceo de Los Andes.
En 1920 ya era directora de liceo en Temuco y luego
se trasladó a Santiago, allí se hizo cargo del Liceo de Niñas
N°6 donde le rindió honores a la destacada educadora
Teresa Prat (nieta de Andrés Bello) proponiendo el
nombre de ella para bautizar el establecimiento. Todo
el tiempo dedicado a la educación fue acompañado
de su incondicional amor por la escritura y la poesía. Al
punto que, como ya sabemos, el año 1945 la Academia
Sueca le otorgó el premio Nobel de Literatura.
Ella fomentó con ahínco la educación femenina
desde su condición de maestra (autodidacta), incluso
habiendo sido rechazada de la formación regular
cuando postuló para ingresar a la Escuela Normal de La
Serena en 1905. Su obra literaria es reconocida a nivel
mundial y su legado en la educación también cruzó
fronteras, prueba de ello es su intensa colaboración en
la reforma educativa de México, el año 1922, donde
organizó y fundó las famosas Bibliotecas Populares.
En 1951 el gobierno de Chile (quizás en un
acto reparatorio por la indiferencia hacia su figura)
le entrega el Premio Nacional de Literatura.
Sin embargo, en 1954, la Universidad de Chile le
otorgó el título de Doctor Honoris Causa, siendo la
primera persona en recibir esa importante distinción.
Y a los pocos meses la Universidad de Columbia
en Nueva York, Estados Unidos, le concedió el
doctorado Honoris Causa. Mientras en Santiago, la
Editorial del Pacífico sacaba a la luz su libro Lagar.
Falleció en 1954 en la ciudad de Nueva York. Sus restos
mortales fueron trasladados a Chile y actualmente reposan en
su querido pueblo de Monte Grande, en el Valle del Elqui.
PRIMEROS ATISBOS DE CAMBIOS A FINES DEL
SIGLO XIX
Repasar la vida de nuestra Premio Nobel nos da la idea
de lo alto que pueden llegar las mujeres en la esfera de lo
profesional e intelectual, sin descuidar su vida personal y su
rol social. Para ello vale echar un vistazo a la evolución de la
escuela y de la educación en general en nuestro país.
La Mistral fue una activista incansable
por la educación de las mujeres chilenas,
tanto en el nivel escolar, en especial el
técnico profesional, como en el nivel
superior, universitario. Quería que la
mujer se cultivara con el fin de “instruirla,
levantarla y abrirle así un campo más
vasto de porvenir, prestancia”, acotaba.
59
Revista de Educación •
Cultura
Teresa Adametz. Colección Museo de la Educación Gabriela Mistral.
La Constitución de 1833 declaraba a la instrucción
pública como “una atención preferente del Estado”. Y
parte de esa intención se materializó primero, en 1842,
con la fundación de la Escuela Normal de Preceptores,
pero hasta entonces las mujeres no figuraban. Recién en
1854 surgió la Escuela Normal de Preceptoras, a cargo de
las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús.
Sin duda, esto contribuyó a la inserción de la mujer
en el mundo profesional. Las postulantes eran de origen
muy humilde y este trabajo constituía para ellas una
fuente de ingresos.
Fiel reflejo de esta realidad son las palabras de la
educadora Teresa Adametz (1846-1917) a las alumnas de
la Escuela Normal, en el notable discurso que dio con
motivo de la inauguración, en 1886, del nuevo edificio de
esta institución, en calle Compañía N° 3150. Allí, frente al
Presidente de la República, don Domingo Santa María y
los Secretarios de Estado, afirmó:
“No olviden jamás, hijas mías, las modestas
habitaciones en las cuales han nacido, ni los hogares
humildes en los cuales la mayor parte de ustedes irán
después a pasar su vida. No olviden que todo lo que se
les proporciona aquí: casa, alimento, educación, es un
Lucila Godoy Alcayaga, más conocida por su seudónimo de Gabriela
Mistral. Colección: Museo de la Educación Gabriela Mistral.
préstamo que ustedes reciben de sus conciudadanos, y
que sólo pueden pagar semejante deuda haciendo lo que
de ustedes se espera: primero, buenas alumnas de esta
Escuela, y después buenas maestras del pueblo”.
Teresa Adametz dirigió esta Escuela hasta 1890.
Oriunda de Silesia –región de Europa Central que hoy
está casi enteramente en Polonia con pequeñas partes en
la República Checa y Alemania–, a los 39 resolvió venir a
Chile, a solicitud de don José Abelardo Núñez, a quien el
gobierno en 1878 envió a Europa y Estados Unidos para
conocer los sistemas de enseñanza básica y secundaria y
también los programas de formación de docentes para su
posible aplicación en Chile.
Ella antes residía en Austria y estaba al frente del
Internado Imperial, colegio destinado a la educación de
hijas de militares. Una vez terminado el contrato con el
gobierno chileno, dejó la profesión; pero más tarde sirvió
algunos años como directora del Liceo N° 2. En 1908,
jubilada, se marchó a Europa.
En el notable discurso que leyó en la inauguraron del
año escolar de 1886 -y al cual se hace referencia en el libro
Actividades Femeninas en Chile, de 1928-, dejaba muy
claro cuál sería la futura labor de sus alumnas: “cultivar