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Revista de Educación •

Conversando a fondo

A la vanguardia

en inclusión

y creatividad

“Las directrices eran ‘todos los niños y niñas son iguales’ y ‘hay que aceptarlos tal como son’.

Eso hizo que nadie focalizara su interés en las particularidades de los niños y niñas que tuve

en ese período. Y ellos aprendían no solamente desde el punto de vista cognitivo, también

evolucionaban a partir de sus propias di cultades motoras. Hubo niños que habían sido

expulsados de otros jardines, y acá modi caron sus conductas y fueron aceptados por sus

compañeros”, recuerda esta docente de Educación Diferencial, al evocar la época en que

dirigió su propio jardín infantil. Hoy, tras ser elegida Premio Nacional de Educación 2021,

aborda en entrevista con Revista de Educación su trayectoria como profesora, académica e

investigadora en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE).

Nolfa Ibáñez, Premio Nacional de Educación 2021

¿Qué la motivó a estudiar pedagogía y, en particular, a

especializarse en educación diferencial?

Es un poco inusual el inicio porque yo hacía 15 años

había salido de educación media, en esos años eran

humanidades. Siempre me gustaron los niños, sentía

curiosidad por las capacidades reflexivas que se suponía

que no tenían, pero que tenían. Y a nivel familiar, era

madre de dos hijos, después tuve a mi última hija, pero en

ese entonces eran dos.

Nos trasladamos a vivir con mi mamá y levanté un

pequeño emprendimiento: un jardín infantil en lo que había

sido mi casa. Lo dirigí administrativamente y quienes estaban

a cargo de lo académico, obviamente eran educadoras.

Allí instauré una suerte de lógica, que afortunadamente

todas las personas que trabajaban conmigo compartieron,

que era no poner ningún requisito de ingreso, excepto la

edad. A los papás no se les preguntaba nada de los niños

fuera de lo que es responsable preguntar: remedios, etc. Y

en ese proceso tuve varios niños con necesidades educativas

especiales, término que entonces no existía. Y pude ver

cómo ellos aprendían al estar con compañeros y compañeras

que no tenían ninguna dificultad y que éstos últimos, que

eran la mayoría, tampoco tenían dificultad alguna para

relacionarse con ellos, los aceptaban absolutamente.

Las directrices eran “todos los niños y niñas son

iguales” y “hay que aceptarlos tal como son”. Eso hizo que

nadie focalizara su interés en las particularidades de los

niños y niñas que tuve en ese período. Y ellos aprendían

no solamente desde el punto de vista cognitivo, también

evolucionaban a partir de sus propias dificultades motoras.

Hubo niños que habían sido expulsados de otros jardines,

y acá modificaron sus conductas y fueron aceptados por

sus compañeros. Entonces, me dije: “tengo que hacer algo

para cambiar esta imagen colectiva de la sociedad chilena

en relación al otro diferente”. Y ahí postulé a la Universidad

de Chile para estudiar educación diferencial.

Leí que usted en ese jardín infantil desarrolló un

proyecto pedagógico que se basó en la educación

psicomotriz y la educación por el arte, ¿podría

contarme en qué consistía?

Quise hacer algo distinto. No un jardín para que los

niños hicieran apresto de lectoescritura o de cálculo,

sino un espacio donde los niños pudieran desarrollarse

en forma integral. En ese tiempo, dos autores europeos