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Revista de Educación •

Conversando a fondo

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Revista de Educación •

Conversando a fondo

¿Cuál fue su perfil como alumno?

Siempre he sido humanista. En la educación básica era

alumno de nota 6,0 mientras que en la media me fue

mejor, porque me dediqué a estudiar harto. Eso me llevó

a tener promedio 7,0 en Castellano en 3º y 4º medio.

¿Recuerda algún profesor que lo haya marcado?

Sí, varios. En educación básica, Elizabeth Badilla. Ella

fue mi profesora jefe y de Castellano de 5º a 8º básico.

Cuando me hacía clases, sacaba unas breves guías en

mimeógrafo -máquina para hacer copias de papel escrito

en grandes cantidades, que se solía usar en los cole-

gios cuando aún no existía la impresora y que utilizaba

para la reproducción un tipo de papel llamado stencil-,

donde nos enviaba tareas o hacíamos muchos ejercicios

prácticos.

Recuerdo que varias prácticas que tuve como profesor

las aprendí de ella. Hacía acompañamiento a sus alum-

nos, por ejemplo, cada Día del Niño nos escribía una

tarjeta, la que siempre incluía comentarios positivos de

cada uno de nosotros y nos indicaba en qué área íbamos

bien y qué aspecto debíamos mejorar. Fue quien más me

marcó durante la educación básica.

La enseñanza media fue distinta, porque ahí conocí a

educadores que fueron dejando una huella en mí en

diferentes momentos, especialmente las profesoras de

Castellano, Myriam Caracul y Nancy Olivares. Gracias a

su buena enseñanza, reforcé mis ganas de estudiar Peda-

gogía en Castellano.

¿Qué lo motivó a estudiar pedagogía?

Mi padre es profesor y yo siempre quise ser docente,

nunca tuve dudas de lo que quería ser. Recuerdo que

desde muy niño lo tenía claro, porque siempre fui bueno

para organizar y gestionar situaciones con mis herma-

nos. Somos 10.

A nivel escolar, me pasó algo bien particular: en ense-

ñanza media ya era un ávido lector y mis compañeros

sabían que me había leído los libros para Castellano, en-

tonces, después de clases o en los recreos, les hacía un

resumen del libro en la pizarra, les contaba cuáles eran

los personajes y las acciones principales. En ese momen-

to, sin darme cuenta, ya estaba haciendo clases. Esto

también me servía, porque a mí no me gustaba “soplar”

respuestas en las pruebas, me ponía nervioso. Les decía

a mis compañeros que podía explicarles y resumirles el

libro antes de las pruebas.

Creo que este gusto por la lectura viene de mis abue-

los. Eran personas muy sencillas: él era obrero y ella era

dueña de casa, pero siempre tuvieron espacio para las

colecciones de revistas, estantes con libros y variadas

enciclopedias, así es que en mi entorno todo el tiempo

hubo lectura. Tenían una colección de libros españoles

que se llamaba Lucerna, con toda la literatura clásica.

Había obras de los escritores Pío Baroja y Miguel de Una-

muno, por nombrar algunos. “Zalacaín, el aventurero”

(de Baroja), me resultó súper entretenido de leer.

“La pedagogía es una

fusión de profesionalismo

y de oficio”

“El bullying es

consecuencia de una

falta de valoración

de la diversidad”

¿Cómo fue su experiencia como profesor?

Mi primer trabajo como docente fue en un preuniversi-

tario solidario, el Preuniversitario José Carrasco Tapia,

de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile,

que se llama así en honor al periodista. Me invitaron a

hacer clases por dos años, sin sueldo, pero para mí fue

súper gratificante que me hayan considerado estando

en tercer año de universidad. Después, hice clases en la

escuela subvencionada Cardenal Carlos Oviedo Cavada,

un colegio técnico profesional en Maipú, de la Fundación

Belén Educa. Allí, además de enseñar Castellano, tomé la

jefatura de 1° medio A, acompañando a 32 adolescentes

durante toda la enseñanza media.

Creo que uno se hace profesor en la vida, claramente

hay componentes profesionales, pero también juegan

elementos de oficio. La pedagogía es una fusión de pro-

fesionalismo y de oficio.

¿Qué habilidades cree Ud. que debe tener un profesor

hoy en día?

Debe tener mucha flexibilidad, debemos dejar de ser tan

rígidos. Hablamos mucho, pero tenemos que desarrollar

la capacidad de escuchar y de ver, ser capaces de leer las

señales, porque la escuela está inserta en la sociedad y

es muy común que los docentes crean que no es así. Eso

genera barreras para la comprensión de fenómenos muy

actuales.

Por ejemplo, la Ley de Garantías de la Niñez establece

que se debe acompañar a los niños y niñas trans, que

están haciendo transición, porque no hay una identidad

respecto de su cuerpo y su sexualidad. Nada de eso lo

vimos en el mundo de la pedagogía, a mí nunca me lo

enseñaron. Entonces, que hay realidades y diversidades

que uno debe ser capaz de leer y estar más pendiente. El

Ministerio de Educación tiene una responsabilidad muy

grande en acompañar al profesorado con más recur-

sos que los ayuden a enfrentar elementos que son de la

sociedad. Lo que se transmite en la escuela tradicional es

la uniformidad, pero hoy tenemos una comprensión dis-

tinta, somos todos diferentes, y los profesores tenemos

que entender y adentrarnos en esa diversidad para usarla

a nuestro favor.

¿Le tocó ver situaciones de bullying cuando fue

docente?

Como profesor no tuve ese tipo de experiencias. Tuve

la suerte de trabajar con un grupo de docentes recién

titulados y muy comprometidos. Ante la mínima señal de

bullying había una conexión muy rápida entre nosotros,

los apoderados y las autoridades del colegio, para en-

frentar el problema. Recuerdo que teníamos estudiantes

que venían con diagnóstico del espectro autista. Las per-

sonas hablan de esto hoy, y yo hace 18 años que sé que

existe el autismo y que se expresa de ciertas maneras. ¡Lo

veíamos en las escuelas!

¿Y cómo ve en este minuto el bullying escolar?

El bullying es una consecuencia de varias cosas. Prime-

ro, de una falta de valoración de la diversidad, de com-

prender que somos todos distintos. Segundo, de poca

conciencia del bien común.

¿Una suerte de individualismo?

Exactamente. La lógica del individualismo se instala en

la sociedad. El sistema escolar, al tener altos componen-

tes de competencia, hace que muchas de estas cosas se

exacerben y profundicen. Y, lo segundo, diría que es con-

natural a la adolescencia, en esa etapa puede que surja

naturalmente ejercer este tipo de actitud frente a otro,

frente a lo que es distinto o lo que no me parece, frente a

aquello que encuentro que es más débil, más vulnerable.

Por eso creo que la escuela es un buen espacio para

detener esto y educar. Si un estudiante está todo el día

hablando de que los demás son feos, guatones o tontos,

la escuela tiene que decirle algo, aunque en su casa no

lo hagan. Si yo veo esas actitudes, tengo que hacer una