

Revista de Educación Nº 388
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TENDENCIAS
R
honda Bondie, profesora de
la Escuela de Educación de la
Universidad de Harvard y en
particular del programa Harvard
Teacher Fellows (HTF), a lo largo de su
carrera se ha centrado en promover que
todos los alumnos formen parte de aulas
inclusivas y sean realmente valorados.
Pero, ¿qué se entiende por un aula inclusiva
y qué metodología de trabajo exige eso a
los profesores?
Ella explica que un aula inclusiva es más
bien una cultura, una práctica diaria en
donde todos los niños y adolescentes
participan y están comprometidos con lo
que se hace. “Se sienten valorados, están
convencidos de que pueden ampliar sus
conocimientos y disfrutan del proceso
de aprendizaje mientras trabajan para
cumplir sus objetivos -señala-. Me parece
que todas las comunidades de aprendizaje
deberían formularse la pregunta: ‘¿Qué les
gustaría ver en un aula inclusiva?’ Y luego,
pedir a las personas que hagan una lista
con sus respuestas. Allí pueden anotar
qué les gustaría ver en todas las salas,
por ejemplo, que los alumnos disfruten
entre ellos, que disfruten el aprendizaje, el
avanzar e ir conquistando objetivos, entre
otros. Una de las cosas que siempre aparece
en esas listas es que los docentes adapten
sus instrucciones, que las modifiquen, para
asegurarse de que no haya alguien que esté
quedando fuera de alguna tarea”.
Si hay algo que distingue a un aula inclusiva
de una que no lo es, son los ajustes
deliberados y precisos a las instrucciones,
tanto en el área de la planificación como en
la práctica, lo que probablemente no vemos
en un aula tradicional.
Los profesores en un aula inclusiva, señala
Bondie, “siempre están escuchando a sus
alumnos antes de enseñar, porque sería
imposible empezar la clase sin conocer la
diversidad que los alumnos aportan al tema
o materia que se tratará. También es muy
frecuente encontrar una planificación en el
calendario con ‘tiempos de práctica’, que
son personalizados. Se asume que todos
los estudiantes no necesitan practicar
exactamente lo mismo. No todos tienen
el mismo avance o ritmo de progreso, ni
tampoco aprenden a la misma velocidad o
poseen la misma base. Por lo tanto, tiene
que existir un tiempo de práctica individual,
en donde los alumnos trabajen en torno a
diferentes objetivos, ocupando distintos
materiales para practicar. Y recalco
‘practicar’, porque en ese tiempo no se
entregan instrucciones, porque ya se dieron
y aquí lo que se produce es la práctica. Esto
se aprecia dentro de un aula inclusiva”.
Asimismo, la experta destaca que hay
momentos en que algunos estudiantes
van a necesitar más instrucciones y
oportunidades extra de aprendizaje. Y eso
exige gran agilidad mental de parte del
docente para adaptar la metodología de
trabajo a su grupo de estudiantes.
TRES HERRAMIENTAS PARA EL
DOCENTE
1) Estructura de la actividad que se hará en la clase:
3) Ayudas:
2) Opciones:
Puede partir con una instrucción clara, la cual tiene que ser dada al inicio de la misma.
Luego, se produce la rutina de aprendizaje, por ejemplo: una discusión libre, un período
de aprendizaje individual y una rutina de aprendizaje grupal. Esta modalidad también la
podemos emplear a partir de una pregunta, eso ayuda a los estudiantes a pensar, después
pueden discutir libremente sus observaciones, anotarlas y comentarlas al grupo.
La estructura de la actividad puede variar, por ejemplo: conversar, pensar sobre el tema,
anotar lo que les parezca relevante y finalmente compartirlo con los compañeros.
Si hay algo que los estudiantes no entienden, pueden acudir a una “mesa de ayuda”,
donde encontrarán pistas para verificar sus respuestas. Otra acción en esta línea podría
ser instalar una cartulina en la sala donde se indique claramente a los estudiantes los
criterios de calidad que se exigirán en cada trabajo escolar.
Los alumnos pueden escribir o dibujar para responder una pregunta.