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OPINIÓN

Revista de Educación Nº 375

A

las 17 horas del martes 12 de

enero de 2010 un tercio de la

ciudad de Puerto Príncipe (capital

de Haití) estaba completamente

destruida, los otros dos tercios con daños

de diversa gravedad. Un terremoto había

sacudido la nación a las 16:53 horas,

dejando inicialmente sobre 200.000

personas fallecidas y otras 300.000 heridas.

En los días, semanas y meses posteriores

se evidenciaría uno de los grandes dramas

de dicho país: su precaria infraestructura

escolar; ésta quedaría aún más frágil

producto del sismo, ya que 5.000 escuelas

se derrumbaron o quedaron inutilizables.

En este escenario, el dolor y la desesperanza

harían su entrada en la existencia de los

sobrevivientes. Sin embargo, esto no duraría

mucho ya que la voluntad de las haitianas

y haitianos, de la mano de la solidaridad y

la cooperación internacional, comenzarían

a actuar y rendirían en los años siguientes

sus frutos, entre estos, el camino de la

reconstrucción de la Escuela República de

Chile. En efecto, este proyecto soñado en el

2010, planificado entre el 2011 y el 2012,

y ejecutado desde el 2013 hasta la fecha,

fue mucho más que construir una escuela

y entregarla.

En el camino sucedieron muchas

bendiciones, inesperadas, y pudimos

comprobar que la articulación es clave

para la ejecución de proyectos. El gran

sueño de América Solidaria, aplicado a los

proyectos de superación de pobreza con

los que trabajamos junto con voluntarios y

ONG locales en las zonas de más exclusión

de la región, hoy también se hacía evidente

en un proyecto concreto y complejo.

Como América Solidaria no trabajamos

solos y ahí estuvo la clave, pues nunca

lo hubiésemos logrado sin un modelo

de colaboración. Los más importantes

desde un inicio fueron los miembros de la

comunidad escolar, la directora, apoderados

y las inspiradoras niñas que anhelaban

volver a estudiar a su establecimiento. Se

sumó la AGCID (Agencia de Cooperación

Internacional para el Desarrollo, del

Ministerio de Relaciones Exteriores) con un

compromiso fehaciente y constante. Desde

el mundo privado, la empresa Komatsu fue

gran actor en este camino, el que inclusive

envió miembros de sus colaboradores

contratados como voluntarios a Haití,

lo que aportó una mirada diferente a la

participación en el proyecto. Diversos

donantes privados, desde el anonimato,

nos ayudaron a reunir los fondos que, por

allá por el 2011, cuando organizamos

una sencilla rifa en navidad, nos parecían

imposibles. Y la Pontificia Universidad

Católica de Chile se sumó como asesor

técnico, lo que nos facilitó mucho entrar

en un tema en el que no éramos expertos:

la construcción.

Este año, en marzo, en un hito simbólico

y emotivo, entregamos las llaves de la

escuela a esamaravillosa comunidad. Y esto

no era solamente el regalo de un edificio,

sino que fue, en concreto, la entrega de

confianza en el futuro y la opción de soñar

con más y mejores oportunidades. Esas

500 niñas (que pronto llegarán a 600!), y las

cientos de miles que vengan en el futuro,

podrán tener una educación de calidad

en un espacio moderno, seguro y bonito.

Además, hoy ya estamos en el camino de

apoyar el “corazón” de la acción educativa

por intermedio de profesionales voluntarios

que colaborarán por unos años en darle

calidad a la formación que allí se entrega,

y de la mano de la Facultad de Educación

de la Universidad Católica esperamos tener

éxito en esta tarea fundamental.

Simplemente con las caras de las niñas

conociendo el primer día su “nueva”

escuela nos quedamos contentos, con el

corazón inflado, con deseos de no soltar el

compromiso, reafirmando la creencia de

que si colaboramos ente todos las cosas

resultan mucho mejor y con una sensación

profunda. ¡Misión Cumplida!