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Revista de Educación •

Cultura

Y

a sabemos que el cerebro humano es el órgano que

genera, interpreta e integra las emociones. Allí se

alojan más de 80 millones de neuronas y muchas de

ellas se encuentran involucradas en los procesos emotivos. Las

emociones tienen un papel fundamental en la vida: con ellas

identificamos detonantes para actuar rápido ante un estímulo,

amplificamos nuestra memoria, modificamos nuestro estado

de alerta y propiciamos conductas para llamar la atención y

obtener la comprensión social sobre nuestro estado de ánimo.

Hoy, gracias al avance tecnológico y los estudios científi-

cos especializados, podemos conocer los circuitos neuronales

y fisiológicos de las emociones. Así sabemos, por ejemplo,

que cuanto más emocionado uno está, más se favorecen los

procesos cognitivos de corto plazo. A menos de 5 segundos

de haberse iniciado, la emoción atrapa al cerebro, aumenta

la actividad de las estructuras límbicas y empieza a disminuir

la lógica, la congruencia y los frenos sociales, que se alojan

en la corteza prefrontal y la descarga de dopamina inhibe la

parte más inteligente de nuestro cerebro. Este proceso fisio-

lógico neuronal explica por qué, mientras más nos emocio-

namos, nos volvemos menos racionales, acatamos menos las

reglas sociales y nos ponemos irreflexivos.

En menos de 8 segundos de haber aparecido el de-

tonante emotivo o estímulo podemos etiquetarlo y así res-

ponder copiando de inmediato conductas como la risa o la

sorpresa, también interpretándolas con llanto, enojo o asco.

Y de ese modo tenemos la opción de seguir una actividad o

alejarnos si aquello nos incomoda. En esto, los expertos di-

cen que tienen un rol esencial las neuronas espejo, ubicadas

en el “giro del cíngulo” de la corteza cerebral.

Las emociones son clave en nuestra percepción del tiem-

po. Por ejemplo, si nos encontramos bajo una situación de

estrés, contingencia o huida, las neuronas del hipotálamo se

activan y aumentan la expresión de los genes reloj que nos

ayudan a percibir el tiempo. Éstos pueden modificar la sen-

sación del hambre, la saciedad, el deseo sexual y el control

hormonal de la actividad cardiovascular, entre muchas otras

cosas, acelerando la interpretación de los estímulos para que

reaccionemos. También se libera oxitocina, una hormona

asociada a los procesos de empatía y apego, podemos desa-

rrollar rápido actividades prosociales de solidaridad y coope-

ración. Así las emociones nos aseguran la supervivencia.

Otros efectos con relación a la temporalidad. La tristeza

puede dar la sensación de que el tiempo pasa muy rápido,

en cambio, una prolongada melancolía nos puede hacer

sentir que el tiempo se detiene. Al descansar después de

una discusión, sentimos alivio. En tanto, el humor o la risa nos

ayudan a disminuir las tensiones. Vale resaltar, que mientras

más conscientes somos del proceso emocional, más capaces

seremos de adaptarlo. Y esa adaptación, aparte de lo biológi-

co, juega un rol fundamental en la construcción, transforma-

ción y mantenimiento del orden social y en la adaptación a la

cultura en que estamos insertos.

LOS GRIEGOS: A LA CONQUISTA DE LAS EMOCIONES

El gran pensador griego, Aristóteles, es el primer autor

que intenta dar una explicación racional a las emociones.

Estamos hablando del siglo III a.C, cuando reinaba la idea

de que las emociones o pasiones, respondían a fuerzas mis-

teriosas y casi mágicas, pues eran enviadas por los dioses

y eso las hacía indomables. Pese a eso, Aristóteles levantó

una teoría racional sobre ellas al integrarlas con elementos

cognitivos, es decir con las creencias y, nada menos, que

con la disciplina ética. Propuso algo así como “un cultivo del

alma mediante un cultivo de las emociones”.

El punto es que, para los tragediógrafos anteriores a

Aristóteles, como Esquilo, Sófocles, Eurípides y otros, las

emociones tenían una causa externa al individuo, se hacían

presentes sin previo aviso y venían de un lugar descono-

cido. Aristóteles escribió en el año 365 a.C la Retórica II,

allí elabora la teoría de la persuasión y reafirma que las

emociones se forman sobre la base de las creencias, que

son estructuras cognitivas y éstas adquieren un significado

u otro dependiendo del estado emocional de cada uno.

“No hacemos los mismos juicios estando tristes o alegres, o

cuando amamos que cuando odiamos”, afirma en Retórica

I, 1, 1358 a 14. Lo más notable es que elabora una teoría de

lo mental que incluye descripciones objetivas de fenómenos

subjetivos y sienta así las bases del modelo de “causalidad

psicológica” y él distingue varias emociones: la ira y la cal-

ma, el amor y el odio, el temor y la confianza, la vergüenza

y la desvergüenza, la generalidad, la compasión, la indigna-

ción, la envidia, la emulación.

Además de revolucionar el tema, Aristóteles deja claro

que su análisis de las emociones tiene carácter universal,

que es válido para todos los hombres, no solamente para

los griegos. Fue bastante osado, ya que en esa época los

griegos eran etnocentristas y consideraban bárbaros a todos

los que no fuesen como ellos. En síntesis, el pensador plan-

tea la necesidad de “cultivar” nuestras emociones como

tarea ética propia de la vida virtuosa. “La integración de lo

racional y lo emocional y la superación del dualismo y el

materialismo en una forma de monismo de aspecto dual,

pueden ser encontrados en Aristóteles. Ambos son no sólo

vigentes sino centrales en las reflexiones actuales de la filo-

sofía de la mente, psicoanálisis y neurociencias”, sostiene

Pablo Quintanilla, en su ensayo “La conquista aristotélica de

las emociones” (Revista Psicoanálisis N° 5, Lima, 2007).