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Revista de Educación •
Cultura
abandonar la vida santa. Entraban en crisis espiritual y se tor-
naban indolentes, lo que se confundía con pereza, uno de los
siete pecados capitales, lo que provocaba la desesperación y
enojo de los abades de los monasterios. Hubo entonces una
crisis de vocación sacerdotal muy aguda.
Las personas comunes cumplían con todas las ceremonias
que la Iglesia oficiaba, pero al margen de estas se producían
acciones que se alejaban de las normas religiosas. Se acusan
comportamientos violentos, desenfreno, histeria colectiva y
otras conductas bastante irracionales. Quizás una muestra del
agobio por la crueldad de las guerras, las hambrunas y el azo-
te de las pestes, como la terrible peste bubónica que diezmó
a la población. También soledad y terror a la muerte.
En el siglo XIV se modificó la ruta sentimental del Occi-
dente europeo. Se impuso una religiosidad demostrativa y
sensorial, cargada de un exagerado misticismo. Había que
emular los sufrimientos de Cristo, pues su pasión se volvió el
centro de las devociones. Así fue como las emociones me-
dievales dejaron un profundo surco en el rostro del hombre
moderno. Las corrientes del protestantismo radicalizaron las
notas pesimistas agustinianas y el calvinismo reprimió sus ex-
presiones con una estricta moralidad centrada en el trabajo y
la riqueza, anotan los historiadores.
Más adelante, el filósofo y matemático francés, René
Descartes (1596-1650) concede a las “pasiones” un lugar en
su teoría dualista de cuerpo y alma, para él la voluntad del
sujeto es capaz de orientar u ocultar los movimientos impul-
sivos del alma, esto es someterlos al imperativo de la razón.
Distingue seis emociones primitivas y simples: amor, odio,
asombro, deseo, alegría y tristeza. Todas las demás son deri-
vadas de ellas. Y en cuanto al asombro, dice que es la única
emoción que no va acompañada de movimientos corporales
porque no tiene por objeto el bien o el mal, sino solamente
el conocimiento de aquello que nos asombra, que nos trae
novedad, y con ello refuerza a todas las demás. Esta teoría
cartesiana, el dualismo mente-cuerpo, ha influido en el pen-
samiento occidental hasta nuestros días.
LA MIRADA NATURALISTA DE CHARLES DARWIN
En la ruta de las emociones humanas no se puede dejar de
lado el aporte fundamental del naturalista británico Charles
Darwin, quien recolectó durante más de 30 años, viajando a
bordo del Beagle, observaciones sistemáticas sobre cómo los
animales y los hombres en diversas culturas expresaban dife-
rentes tipos de emociones o sensaciones.
Revolucionó el campo científico de la mayoría de las dis-
ciplinas de la época, con su libro “El Origen de las Especies”,
de 1859.
Y en 1872 publicó “Expresión de la Emociones en los
Animales y el Hombre”, un texto que curiosamente quedó
olvidado hasta mediados del siglo XX, cuando se retoman las
conclusiones principales del mismo: 1) La expresión de ciertas
emociones humanas son innatas y universales, y 2) Nuestras
emociones son producto de la evolución y, por ende, com-
partidas en cierta medida con otros animales, hasta el punto
de poder reconocer con facilidad algunas de ellas en el
chimpancé que vemos en el zoológico e incluso, en nuestro
perro o gato mientras pelea o juega en el jardín. Aquí hace
Imágenes: Izquierda "Terror", derecha "Horror y agonía". Copias de fotografías del Dr. Duchenne. En "Expresión de las emociones en el hombre y los
animales", de Charles Darwin. Fotos: Dominio Público.




