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Revista de Educación •

Conversando a fondo

A partir de un ejemplo concreto nos quedará más

claro cómo ayudarlo. Una fila de pasajeros está detenido

en la manga que conduce al avión en un día muy caluroso.

Delante de mí, un matrimonio joven, cada uno enfrascado

en su celular, mientras su pequeño hijo corre entre los

pasajeros empujando y volcando las maletas de mano. En

el aire se respira la exasperación. De pronto, el papá mira

lo que está ocurriendo y vocifera “¡córtala!” El niño parece

no oír. El papá levanta su mano en ese gesto que informa

“te las voy a dar”. El niño parece no ver. La mamá desvía

sus ojos del celular y con gesto distraído le ordena al

padre: “¡Pégale!” La palmada en la mejilla del niño duele

en el alma. El niño se queda tranquilo, desconsolado. De

pronto, musita “¿me quieres, papa?”. A su corta edad ya

siente recelo y desconfía de que exista el amor.

Ayudar a un niño a ser resiliente exige en primer

lugar VER AL NIÑO, lograr verlo lúcidamente. Verlo en

sus necesidades emocionales, porque a través de nutrir

esas necesidades lo ayudamos a tener coraje. Cuando

los vemos de verdad, espontáneamente nos disponemos

a escucharlos con atención y sin prejuicios. No vemos

a los niños. A menudo vemos cifras, estadísticas, datos

acerca de los niños. En segundo lugar, exige RESPETO

IRRESTRICTO hacia cada niño que se cruce en nuestro

camino. Respetar es tener consideración por la dignidad

de ese niño. Hay que respetarlo como respetaríamos a un

soberano, a un monarca. Con veneración. En tercer lugar,

hay que AMAR a los niños. Amar es estar dispuestos a

dar nuestra vida por el otro. Amarlos sin condiciones. Ese

papá debería haber percibido el tedio de su niño, el calor

reinante, el no tener claridad de por qué estaban en esa

situación. ¡Era tan fácil distraerlo! En cuarto lugar, y ya

lo había mencionado, es preciso saber ESCUCHARLOS.

La capacidad de escucha es una de las habilidades más

infrecuentes de ver en quienes se dicen educadores.

Solo los OÍMOS, pero no prestamos atención a sus

palabras. Cuando yo relato la siguiente historia real en

mis seminarios, todos son remecidos. Un niño de 7 años

que viaja en transporte escolar, a las pocas semanas

de iniciado el año ruega llorando a su madre, luego a

su padre, que lo vaya a buscar en su auto. Solo recibe

como respuesta “es un malcriado. Es un manipulador.

Es un flojo”. El papá lo amenaza con llevarlo interno.

La mamá deja simplemente de oír sus ruegos. Ley del

hielo. La hermana universitaria, en cambio, se dispone a

escucharlo. Y lo que oye le hiela la sangre: el conductor

del transporte escolar manosea cada día los genitales del

niño porque es el último en bajarse del transporte.

Los neurotróficos y su relación con las emociones y la

resiliencia

El cerebro produce sustancias químicas que tienen

el poder de fortalecer, proteger e incluso restaurar redes

neuronales, dando al cerebro una gran fortaleza para

enfrentar agresiones, tales como un severo estrés, un

traumatismo, etc. Lo sorprendente es que tales sustancias

químicas son las mismas que participan de las emociones.

Uno de estos químicos es la OXITOCINA, una

hormona que se produce al final del embarazo para

activar el trabajo de parto, pero que también producimos

cuando confortamos o somos confortados; cuando nos

miran con ternura, cálidamente; cuando nos hablan

“El cerebro produce sustancias químicas

que tienen el poder de fortalecer, proteger

e incluso restaurar redes neuronales, dando

al cerebro una gran fortaleza para enfrentar

agresiones, tales como un severo estrés,

un traumatismo, etc. Lo sorprendente

es que tales sustancias son las mismas

que participan de las emociones”.

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Revista de Educación •

Conversando a fondo

dulcemente; cuando abrazamos y acariciamos; cuando

expresamos amor. He aquí la perfección del diseño

cerebral (y de esa mano divina que creó al cerebro), una

molécula que es liberada generosamente con acciones

amorosas nos fortalece el cerebro, nos hace más

inteligentes y más serenos para afrontar una adversidad.

Otro ejemplo: la SEROTONINA, una molécula

ampliamente presente en todo el organismo, pero

muy especialmente en el cerebro; cuando se libera en

cantidades generosas nos calma, nos produce sosiego,

paz, la certeza de estar protegidos por una fuerza

superior y bondadosa; nos permite apreciar la vida de

modo trascendente, verla como algo sagrado; percibimos

la unidad de todas las cosas y la esencia profunda del

amor universal. Esto es la espiritualidad. Y, por añadidura,

la serotonina fortalece nuestras redes neuronales y nos

permite salir airosos de la adversidad. Es asombroso.

Recomendaciones a la familia en un contexto como el

actual (de confinamiento por el Covid-19)

Vivir este encierro como una oportunidad para

aprender a ver a los hijos, no simplemente a mirarlos con

una mirada que prejuzga. Para ello, cada adulto debe

mirarse a sí mismo primero e intentar VERSE. Una amiga

abogado y mediadora familiar dice que se precisa un viaje

interior para lograr ver en qué lugar estamos en términos

emocionales (¿estoy situada en la rabia, en la frustración,

en la pena, en el miedo… o en la serenidad y la confianza?)

y salir al exterior con ese conocimiento. Es decir, tratar de

ver de qué modo estoy actuando, qué tipo de conductas

me caracterizan. ¿He vivido este encierro quejándome?,

¿insultando al virus, a las autoridades, a todo el mundo,

porque no puedo hacer una vida normal? ¿O he procurado

transmitir confianza y optimismo? ¿De qué modo abordo

a mis hijos cuando se ponen difíciles, tercos, rabiosos?

¿Procuro entender esas emociones en ellos y acogerlas o,

por el contrario, les grito y los alejo de mí?

No podemos olvidar que “educar las emociones”

es ayudar a que los niños tiendan espontáneamente al

equilibrio emocional, y ello solo es posible si el adulto

busca estar en armonía. ¡Cuántos adultos le gritan

ferozmente a un niño para que deje de gritar!! Nadie en

la familia tiene la culpa de lo que nos está ocurriendo

(la pandemia). La naturaleza se ha impuesto de modo

implacable, y las razones de ello escapan a nuestra

voluntad. Por lo tanto, lo único razonable y sensato es

mantenernos serenos, “en armonía emocional”, porque

de ese modo ayudamos a nuestros niños a lograr ese

equilibrio interno.

Y vale la pena intentarlo, porque un niño en equili-

brio emocional es como esa niña de traje amarillo de la

película Intensamente: alegre sin estridencias, acogedora,

cordial, conciliadora, adorable. Pero los niños abandonan

violentamente la comarca del equilibrio cuando conviven

con adultos rabiosos, explosivos, castigadores, quejosos,

que se victimizan, etc. Si tenemos niños en casa, debe-

mos ser educadores emocionales 24/7. Ése es el gran

desafío. Si lo logramos, seremos los segundos en salir for-

talecidos de esta tragedia que se instaló en cada hogar

del planeta. Los primeros serán nuestros hijos.

Clase completa en

www.revistadeeducacion.cl