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REVISTA DE EDUCACIÓN /
zona pedagógica
Para la señora Felicia, de 59 años, este
proceso ha sido toda una aventura. En
pocas palabras, “una nueva vida para
mí. Ahora sé dónde ir, tomar micro,
identificar los números. Estoy muy
contenta. Nunca pensé que a estas
alturas de mi vida volvería a estudiar,
porque ya una se siente más vieja. He
aprendido tantas cosas. Me digo: nunca
es tarde para aprender, y quiero seguir
aprendiendo”, cuenta emocionada.
Es madre de cuatro hijos y abuela de
cuatro nietos. Todos están contentos
de que ella estudie: “Lo hago para
ellos y por mí, porque antes me sentía
que no valía. Estaba en un callejón sin
salida. Me aislaba. Me daba vergüenza
opinar cualquier cosa. Ahora tengo más
personalidad, las señoritas nos enseñan
a hablar y a perder el miedo”, relata.
Cuando era niña llegó hasta 5° básico
y por problemas de plata tuvo que
dejar los estudios. “Después de un largo
tiempo mi papá me dijo vuelve, y yo le
dije que no. Ya me había acostumbrado. Y
pasó el tiempo… harto tiempo.
Tengo casi 60 años, estoy entrando a
la tercera edad y me dieron ganas de
aprender. Nunca imaginé que podía
hacerlo, además que ya las cosas se van
olvidando. Pero al contrario, se me abrió
un mundo. Estoy feliz”, termina sonriente.
Un antes y
un después
“Pertenezco a la iglesia y muchas veces los demás conversan y una se siente
aislada, humillada, avergonzada. Entonces mejor me voy a estar sola porque
me siento mal”.