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Los agradecimientos de Neruda

En 1918, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda, propuso al Presidente Juan Luis Sanfuentes

el nombramiento de Gabriela Mistral como directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas.

La labor que desarrolló fue importantísima: estableció la escuela nocturna para personas que no habían podido

estudiar, favoreció la creación de bibliotecas, dictó conferencias, etc.

En este lugar, distante y desolado, se reencontró con la maravillosa naturaleza austral lo que inspiró “Paisajes de la

Patagonia”, poemas incluidos en su primer libro: “Desolación”.

En septiembre de ese año, en “El Magallanes” de Punta Arenas, publicó una columna titulada “Educación Popular”,

en la que destacó la necesidad de comenzar a impartir una enseñanza práctica, en oficios. “Chile, lo hemos visto,

puede ser un gran país industrial. Y el Chile de las industrias, como el Chile de la grandeza histórica, debe salir de los

colegios”, sentenció.

Dos años más tarde, Gabriela se trasladó hasta Temuco, donde era requerida para mejorar el liceo de esa ciudad.

Allí se encontró con el joven Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, conocido más tarde como Pablo Neruda. El poeta

reconocería la importancia de las enseñanzas recibidas de Gabriela, en su libro “Confieso que he vivido”:

“Por ese tiempo llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo. Era la nueva directora

del liceo de niñas. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves de Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral (…). La vi

muy pocas veces. Lo bastante para que cada vez saliera con algunos libros que me regalaba (…) Puedo decir que Gabriela

me embarcó en esa seria y terrible visión de los novelistas rusos y que Tolstoi, Dostoievski, Chejov… entraron en mi más

profunda predilección. Siguen acompañándome”.

El Liceo N°6 de Niñas de Santiago fue el último colegio del país en contar con Gabriela Mistral, quien asumió como

directora en 1921. En junio del año siguiente partiría rumbo a México para colaborar en los planes de la reforma

educacional y la creación de bibliotecas populares.

En los muros de ese liceo quedó plasmado su espíritu docente:

“Para las que enseñamos:

1. Todo para la escuela; muy poco para nosotras mismas.

2. Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra.

3. Vivir las teorías hermosas. Vivir la bondad, la actividad y la honradez profesional (…)”.

Gabriela, aun cuando destaca en algunos de sus escritos el derecho de las escuelas que lo deseen a impartir

educación católica, siempre puso de relieve la necesidad de que el Estado se haga cargo de una educación pública

universal e inclusiva.

La imperiosa urgencia de que las mujeres, los niños pobres, los indígenas y discapacitados tengan acceso al

conocimiento cruza, explícita o implícitamente, la mayoría de sus publicaciones.

REVISTA DE EDUCACIÓN

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