

El 10 de diciembre de 1945 Gabriela Mistral recibió, en el Palacio de los Conciertos de Estocolmo, el Premio Nobel
de Literatura de manos del rey Gustavo V de Suecia.
“En los ojos de la poeta chilena brillaba la emoción contenida y
pasaban por su mente a galope tendido y en desorden voces e imágenes de su vida”
, así la vio el poeta mexicano Adolfo
Castañón.
Era la primera, entre todos los escritores sudamericanos, que se llevaba un galardón de tal categoría, la cuarta mujer
después de Selma Lagerlöf, Grazia Deledda y Pearl S. Buck. Al igual que Selma, Gabriela había empezado su carrera
como maestra de escuela primaria y enseñando en su país desde muy joven.
Nació con el nombre de Lucila Godoy Alcayaga el 7 de abril de 1889.
Cursó su enseñanza básica en la Escuela Superior de Niñas de Vicuña, sin embargo a los 9 años de edad sufrió un
desafortunado episodio que la marcaría emocionalmente hasta adulta.
La directora, Adelaida Olivares, quien además era su madrina de confirmación, la acusó injustamente de robarse unos
materiales de clase.
Lucila era la encargada de repartir a diario el papel a sus compañeras, pero éstas sacaban hojas a su antojo y agotaron
las resmas antes de finalizar el año. Cuando la directora preguntó qué había ocurrido, las niñas aseguraron haber
recibido lo justo y Lucila quedó en entredicho ya que la propia directora fue a su casa y halló mucho papel y útiles
fiscales. Emelina Molina, media hermana de Lucila, era también profesora y por esa razón tenía materiales escolares
acopiados.
El malentendido se volvió más grave cuando al salir del colegio sus compañeras la esperaron en la calle, la insultaron y
le tiraron piedras. Al final fue expulsada del establecimiento.
De nada sirvieron los reclamos de sus padres, la directora los convenció de que aun cuando fuera inocente debía
retirarse, pues no tenía habilidades intelectuales y sólo podría servir para los quehaceres domésticos. En el certificado
decía “deficiente mental”.
Sin embargo, ni siquiera ese amargo episodio de bullying, logró quitarle la profunda conexión que ella tenía con la
docencia.
A los 15 años inició su carrera docente: fue nombrada ayudante o monitora en la Escuela de la Compañía Baja,
próxima a La Serena, allí enseñaba a los niños en el día y a los obreros por la noche.
Ya antes, en la Escuela de Montegrande, había sido asistente de su hermana Emelina, con quien aprendió a escribir,
contar, cantar y bailar, y también a enseñar.
En 1907 se trasladó a La Cantera, un pueblito de la provincia de Coquimbo. Allí tuvo a su cargo una escuela nocturna,
casi sin asistencia diurna, porque tanto los niños, los hombres y los viejos trabajaban.
“Por turno me traían un caballo cada domingo para que yo paseara siempre con uno de ellos. Me llevaban una especie
de diezmo escolar en camotes, en pepinos, en melones, en papas, etc. Yo hacía con ellos el desgrane del maíz contándoles
cuentos rusos y les oía los suyos. Ha sido ése tal vez mi mayor contacto con los campesinos después del mayor del Valle
de Elqui. Un viejo analfabeto al fin enseñé a leer, tocaba muy bien la guitarra y ése iba a darme fiesta con todos en las
noches. Alguna vez que le besé la cara y el cuello a un alumno huérfano…”, fue parte de su sentido registro.
Sus primeros pasos y el bullying en la escuela
REVISTA DE EDUCACIÓN
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CULTURA
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