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MINISTERIO DE EDUCACIÓN

La leyenda:

una pieza literaria

Los estudios sobre el santuario de La

Tirana se fundamentan en una narración

legendaria que se ha transformado en

una suerte de documento no cuestionado.

Al investigador tacneño Cúneo Vidal se

atribuye dicha leyenda, según la cual la

princesa inca Huillac Ñusta se refugió

en el Tamarugal y luego se enamoró del

minero portugués Vasco de Almeida,

quien le habló de su propia religión: de

un Dios Todopoderoso, de María, de la

inmortalidad del alma. Ella le pidió que la

bautizara y mientras él derramaba el agua

y pronunciaba las palabras sacramentales,

una nube de flechas los hirió de muerte.

El bautizo para los conquistadores era el

símbolo de la derrota de la idolatría y del

paganismo indígena que durante el siglo

XVI constituía el sentido de su guerra

santa. Una conversión semejante no podía

ser aceptada por los guerreros que hasta

entonces habían sido leales a Huillac Ñusta

y los amantes fueron enterrados juntos

bajo el símbolo de la cruz.

Según Cúneo Vidal, alrededor de 1536

a 1540 fray Antonio Rendón Sarmiento,

religioso de la Real y Militar Orden de

Nuestra Señora de las Mercedes Redentora

de Cautivos, llegó al Tamarugal. Allí habría

descubierto la cruz y resolvió levantar la

iglesia “Nuestra Señora del Carmen de La

Tirana”, a mitad del camino existente entre

la región salitrera y el pueblo de Pica.

El arqueólogo asume que Rendón observó

la cruz en un montículo del Tamarugal por

el año 1551, cuando la resistencia indígena

local había sido superada y gran parte del

territorio ya estaba encomendado.

“Si la cruz existió, ésta habría perdurado allí

hasta el paso de Rendón u otro misionero,

y así se habría recogido o creado la

leyenda en cuestión. La presencia de

esta cruz legendaria habría motivado el

rescate de dicha leyenda conservada en

el Tamarugal. Pero debe tenerse presente,

como alternativa, que durante el siglo XVI

era común que los primeros españoles

solitarios, aquellos desmandados, o los

propios misioneros, levantaran cruces en

los territorios infieles, como se hiciera en

los tiempos de las cruzadas, dando lugar

a leyendas interpretadas después por

quienes las redescubrían”.

La evangelización iniciada en el siglo XVI

incluyó entre los pueblos andinos del

norte árido y semiárido la incorporación

del baile, música e iconografía de los

pueblos originarios. Así, surgieron las

primeras capillas, donde las cofradías

religiosas nativas ingresaban al templo

tras el culto a las vírgenes pachamamas

que regulaban la fertilidad de la tierra,

la buenaventura y hasta la salud de

sus devotos. Esto explica el por qué

los santuarios de esta naturaleza se

localizan entre el centro y norte del

país, donde las influencias de las

sociedades agrícolas, pastoralistas y

mineras fueron la base del surgimiento

de la religiosidad popular sustentada en

los bailes de santuarios.

Entre 1982 y 1985, la antropóloga

Verónica Cereceda recogió relatos

míticos de los Chipayas en el altiplano

boliviano, ubicados a la latitud de

Pisagua y Arica. Algunos descienden

hasta el tiempo prehispánico, otros hasta

los contactos evangelizadores, cuando

se construían los primeros templos y

también a la llamada “feria” de La Tirana,

localidad en la que intercambiaban y

vendían distintos productos.

Según estos relatos, los Chipayas

-antes de los aymaras- ocuparon el

altiplano tarapaqueño con estancias y

asentamientos en Isluga, Chiapa, Camiña

y otros lugares. Contaban con senderos

y rutas viales, y siempre se reunían en

La Tirana, puesto que era su “kamana”

(“paskana”) donde podían descansar,

comer y morar para tomar fuerza y subir

a las alturas. Por ello, citando a Cereceda,

Lautaro sostiene en su libro: “La Tirana

habria sido un espacio prestigiado o

“Pukara Chullpa” desde los tiempos de la

“humanidad anterior” y respondía como

un “Pukara Mallku”, equivalente a una

deidad protectora llamada “Tira Tirani”

adorada por los antepasados”.

Frente a estos mitos –explica el

arqueólogo- se puede indicar que,

“efectivamente, el lugar que se denomina

Tirana fue un nudo de caminos antes y

después de la invasión española, que

contaba con forraje, bosques, agua

potable de vertientes y que era el paso

obligado entre las tierras altas y la

conexión con el Pacífico, con senderos

La Tirana:

nudo de caminos