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Martínez Martín, en una crónica del Diario de la Salud, titu-
lada El Régimen Sanitario Salernitano”, obra medieval que
promueve la salud, publicada en marzo de 2020.
Cabe señalar, que la Escuela Médica de Salerno fue
creada por un grupo de médicos medievales que compar-
tían conocimientos con facultativos de Oriente, que funcio-
nó independiente de la Iglesia y que estaba conformada
tanto por hombres como por mujeres, y éstas podían ser
alumnas y llegar también a ser profesoras.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL CAMBIA LAS COSAS
En el siglo XIX se desata en todo el mundo la llamada Revo-
lución Industrial, proceso complejo de cambios económicos,
sociales y políticos sin precedentes que venía gestándose
desde fines del siglo XVIII y que a su paso también revolu-
cionó el campo científico y tecnológico. Es la época de los
grandes inventos: el tren a vapor, la bombilla de luz, la pila
eléctrica, luminarias a gas, la cámara fotográfica, el telégrafo
eléctrico, la bicicleta, el ascensor hidráulico, el acero inoxi-
dable, la máquina de coser, los aparatos cinematográficos, y
un sinfín de cosas de utilidad pública que inciden profunda-
mente en la vida cotidiana y los modos de vida.
Por esos días surge el movimiento higienista, tendencia
de carácter internacional, y con ramificaciones en los ámbi-
tos médico-sanitarios y sociales. Comienza así la promoción
de la limpieza como la base de la higiene y como “la única
manera de alejar de nosotros toda la suciedad y, por ello,
todo microbio”, decían sus difusores. También en ese tiem-
po los baños de mar se convirtieron en un fenómeno muy
popular. Se vio en el agua salada una excelente oportuni-
dad terapéutica para niños y adultos. Esta convicción mé-
dica, además de ciertos beneficios sociales para las clases
trabajadoras, como las vacaciones pagadas, y el invento del
ferrocarril que, además de agilizar el comercio, hizo posible
que grandes masas se desplazaran a las orillas del mar en
Europa. Así se le concedió valor higiénico incluso medicinal
al agua salada. En 1860, un médico italiano fundó en Viare-
ggio la primera colonia infantil para llevar niños al mar.
En este siglo la limpieza iba ganando espacio, especial-
mente en el seno de las clases acomodadas, pero aun con
un sesgo más social que médico, es decir, como un símbolo
de estatus.
PERSONAJES CLAVE DE LA HIGIENE EN LA PRÁCTICA
MÉDICA
Por el lado de la medicina, cabe detenerse en un perso-
naje que hizo historia. Se trata del médico húngaro Ignaz
Semmelweis (1818 – 1865) que, aunque al principio fue de-
nostado, finalmente sentó las bases del simple “lavado de
manos”. Trabajando en el Hospital General de Viena pudo
advertir cómo se transmitía la fiebre puérpera, un cuadro
infeccioso septicémico grave. Había dos alas de la mater-
nidad, allí constató que, en el ala atendida por médicos y
estudiantes de medicina, la cifra de mortalidad por infec-
ciones en las mujeres era mucho mayor que en el pabellón
asistido por matronas. Basado en sus acuciosos registros,
estadísticas y evidencias, concluyó que la fiebre puerperal
era causada por “material infeccioso” de los estudiantes en
sus clases de anatomía, y les impuso el lavado de manos
con una solución de hipoclorito cálcico antes de atender los
partos, así bajó drásticamente la tasa de fallecimientos. Sin
embargo, para la comunidad médica era imposible admitir
que los propios doctores fuesen una fuente de contagio,
además se decía que “la suciedad era característica de las
clases bajas no de gente educada como ellos”. Semmelweis
fue marginado, ridiculizado y cayó en depresión. Murió en
un hospital psiquiátrico, a los 47 años, irónicamente víctima
de una septicemia. Su legado fue recogido más de una dé-
cada después.
Mientras tanto, el único procedimiento para ahuyentar
las infecciones en los hospitales consistía en ventilar las salas
para expulsar las mismas, ese aire contagioso que se creía
que exhalaban las heridas. “Los médicos llegaban al quiró-
fano con su ropa de calle y, sin siquiera lavarse las manos,
se calzaban una bata cubierta de restos de sangre seca y
pus a modo de galones en el uniforme”, dice un historiador,
y afirma que el instrumental nunca se lavaba antes de las
operaciones y que si algo caía al suelo se recogía sin limpiar
y se seguía usando, que los cirujanos si tenían sus dos ma-
nos ocupadas tomaban el bisturí con los dientes. También
cuenta que en las zonas rurales no era raro que terminaran
una cirugía con un “emplasto caliente de estiércol de vaca
sobre la herida”.
Es en ese “paraíso infeccioso”, donde todo apestaba
a orina, vómito y otros fluidos corporales, donde el piso
se cubría con aserrín para absorber la sangre y abundaba
todo tipo de parásitos sin control, que emerge la figura del
médico británico, Joseph Lister. Éste se empecinó en la bús-
queda de una sustancia química que sirviera para aniquilar
los gérmenes y, luego de varias pruebas, dio con el ácido
carbónico (hoy llamado fenol), un compuesto extraído de
la creasota que se empleaba para evitar la putrefacción de
los travesaños de ferrocarril y la madera de los barcos y se
aplicaba también a las aguas residuales de las ciudades. En
1865 y después de unos comienzos inciertos logró, por pri-
mera vez, que cicatrizara sin infectarse la fractura expuesta
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La familia obrera (1900-1950). Colección Biblioteca Nacional de Chile.
que sufrió un niño en una de sus piernas al ser atropellado
por un vehículo. A partir de entonces formuló un protocolo
para esterilizar con soluciones de ácido carbónico el ins-
trumental quirúrgico, las manos del cirujano, los apósitos y
las heridas, e incluso diseñó un pulverizador para difundir
la sustancia en el aire del quirófano. En 1867 pudo divulgar
sus hallazgos y su método antiséptico en una serie de artí-
culos. Así Lister pasó a la historia y se le conoce como “el
padre de la cirugía antiséptica”.
En paralelo el químico francés, Louis Pasteur consigue
aislar el estreptococo, que era la principal causa de la sep-
sis puerperal. Este último, junto a Robert Koch, aclararon
finalmente los postulados básicos de la enfermedad como
consecuencia de la infección bacteriana y se demostró la
existencia de los microorganismos. La higiene se hace en-
tonces parte fundamental de las prácticas médicas en cen-
tros hospitalarios y nosocomios.
HIGIENE PERSONAL E HIGIENE PÚBLICA
Entre los muchos cambios y adelantos generados por la in-
dustrialización, también está el de un producto esencial para
la higiene, se trata del jabón de baño. Aquí resalta la figura
de Ernest Solvay, un químico belga que dio con la fórmula
¿De dónde viene el término vacuna?
Exactamente de vaca, es decir, esos bovinos
que nos dan leche. El origen de esa estrecha
relación nace a fines del siglo XVIII, cuando
Edward Jenner, un médico rural inglés,
descubrió el antídoto contra la viruela, una
de las enfermedades más mortíferas de la
humanidad (se calculan más de 300 millones
de muertes hasta su erradicación en 1980).
Mientras ejercía en el campo, Jenner
observó que las campesinas que ordeñaban
mostraban en sus manos las mismas pústulas
que tenían las ubres de las vacas, pero no se
enfermaban de viruela.
En 1796 realizó un osado y controvertido
experimento. Inoculó en el torrente sanguíneo
de un niño de 8 años, el material que sacó
de las pústulas de las ubres vacunas y el
chico contrajo le enfermedad, pero al igual
que las mujeres que ordeñaban, casi no
presentó síntomas y a poco andar se recuperó
totalmente. Luego le inyectó pus de las
pústulas de una persona con viruela y, ante el
asombro de todo el mundo, éste no enfermó,
estaba inmune. Repitió la fórmula con una
veintena de personas y confirmó que aquello
servía para prevenir la maldita peste.
A pesar de las críticas por el procedimiento
poco ético, la práctica de la vacunación
no tardó en hacerse masiva. Hoy se habla
de Edward Jeffer como el padre de la
inmunología. Murió en 1823, dejando tras de
sí un legado que ha permitido salvar millones
de vidas.
Ignaz Semmelweis (1818–1865), médico húngaro que sentó las
bases del simple "lavado de manos". Foto de dominio público: Ignaz
Semmelweis, 1860.
La primera
vacuna en
la historia