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OPINIÓN
Revista de Educación Nº 376
E
l Proyecto de Ley que crea el
Sistema de Educación Pública
ofrece una oportunidad importante
para discutir el sentido que debe
tener la educación pública, además de
ponerla en el centro de las preocupaciones
gubernamentales.
Lo importante, más allá de las propuestas
para mejorar su administración y a través
de ellas la calidad de la educación pública,
es que educadores y ciudadanos en
general, retomemos la preocupación por
los procesos educativos que se realizan en
nuestras escuelas, liceos, jardines infantiles
buscando y probando formas de trabajo
conducentes efectivamente a “recrear” el
modo de educar en ellas.
Quiero aportar a esto con algunas ideas
sobre cómo enfrentar estas tareas desde
las escuelas mismas y las comunidades
circundantes.
Lo primero, es reconocer que si bien no
estamos satisfechos con la forma como
opera la educación pública, tenemos
muchas instancias que son ejemplares
y que pueden colaborar en las tareas de
cambio. Podemos citar, por ejemplo, a
municipios que han permitido y estimulado
formas innovadoras de organizar y apoyar el
trabajo educativo en sus establecimientos,
como los de Ñuñoa y Las Condes en
Santiago y otros varios en regiones.
Pero, también están los programas de
mejoramiento de los procesos educativos
escolares iniciados anteriormente desde
el Ministerio de Educación que fueron
eficaces, y que aún hoy, sin el mismo
apoyo ministerial, lo siguen siendo. Me
refiero a los Microcentro Rurales, a los
Grupos Profesionales de Trabajo en la
Educación Media, a los Talleres Comunales
de Profesores, entre otros.
Cada una de estas experiencias permitió
y permite a los docentes compartir sus
experiencias, aprender unos de otros y
sugerir innovación en favor del aprendizaje
y mejor educación de sus alumnos.
En segundo lugar, y aprovechando las
mejores condiciones de trabajo para los
docentes que permitirá la Ley de Desarrollo
Profesional Docente y la visión de liderazgo
educativo que sugiere para los directivos
el proyecto de Educación Pública, será
importante que cada establecimiento se
convierta en verdadera comunidad escolar.
Esto quiere decir que todos: apoderados,
alumnos, directivos, profesores, asistentes
de la educación y otros profesionales que
apoyan al establecimiento, compartan
como comunidad la tarea de rediseñar
y/o mejorar los procesos educativos
que ocurren en ella. Para eso, habrá que
reunirse, informarse, sugerir actividades de
mejora y asignar responsabilidades, y sobre
todo mantener una mirada vigilante sobre
cómo avanzan los procesos de cambio o
realizar una acción oportuna de corrección
de problemas observados.
En tercer lugar, me parece importante que
cada docente, como también la comunidad
escolar en su conjunto, comprenda mejor
que la enseñanza dirigida al aprendizaje
es una tarea eminentemente compleja,
especialmente cuando la diversidad de los
alumnos y alumnas exige formas no usuales
de trabajo y de voluntad de experimentar
con alguna de ellas.
Esto significa disposición para aprender
y seguir aprendiendo por parte de
cada educador docente o no docente,
entendiendo, como dice el profesor A.
Hargreaves, que enseñar requiere de “juicio
experto informado por la experiencia y
la investigación” y que es el “resultado
de logro personal y responsabilidad
compartida”.
Aliento a las comunidades docentes a
moverse en esta dirección.