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los sistemas de higiene con el fin de evitar enfermedades,
ello incluía la instalación de letrinas en los grandes edificios
públicos”, señala el historiador español José María Blázquez
Martínez (1926-2016) en su cátedra: “Los pueblos de España
y el Mediterráneo en la antigüedad”.
Al caer el Imperio Romano (último emperador Rómulo
Augústulo, 476 d.C) debido a la irrupción de los bárbaros,
prácticamente se abandonó el baño público y privado. El
proceso invasivo duró desde el siglo III hasta el VII d.C, con
multitudinarias migraciones e invasiones en vastas regiones
de Euroasia. Los bárbaros, llamados así porque eran extran-
jeros que no hablaban lengua “civilizada”, es decir latín o
griego, se esparcieron y, finalmente se instalaron en la cuen-
ca del Mediterráneo. Este largo proceso marcó la transición
entre Edad Antigua y Edad Media. Y, por supuesto, también
originó una transculturación importante que transformó los
modos de vida.
EL ASEO CORPORAL “SIN AGUA” DE LA EDAD MEDIA
En parte de Europa se mantuvo la tradición de los baños,
en la España musulmana los burgueses y la nobleza mora y
judía tenían en sus casas aposentos destinados al aseo per-
sonal. Pero, muy distinta era la mirada en la Europa cristia-
na, donde el baño caliente era visto por la Iglesia como “un
peligro para la castidad, ocasión de pecado, excitador de
los sentidos” e incluso se veía con recelo el contacto con el
agua. Se extendió la idea de que el agua transportaba en-
fermedades a la piel y lo mejor era tener los poros bien obs-
truidos como medio para evitarlo. La gente olía muy mal.
Había aislamiento, ignorancia y miedo de parte de la
población. Todo autocuidado quedó en manos de las su-
persticiones y creencias de carácter moral y religioso y la
higiene tomó un tono de marcado clasismo, los nobles y
poderosos se diferenciaban de la plebe por sus vestimentas
y por sus auras cargadas de perfumes caros, pero no por su
limpieza corporal. Bien lo muestra el rey Luis XI de Francia
(1423-1483) apodado el “Prudente”, quien se bañó una sola
vez en su vida y fue por prescripción del médico de la corte
que lo obligó a hacerlo, para lo cual debió meterse en una
gran bañera y dos caballeros lo restregaron con estropajos y
jabón, bajo la orden de no parar “hasta que se pudiera ver
el color de su piel”. También el famoso Luis XIV, el rey Sol,
daba ejemplo eludiendo el baño, aunque lavándose a me-
nudo las manos y cambiándose de ropa.
El año 1348 marca una etapa desastrosa en Europa
por la mortífera “peste negra” (antes y después también
hubo pestes generalizadas) y muchos infectados se enca-
minaron a buscar “mejores aires”, propagando el mal por
comarcas libres de pestilencias hasta ese momento. Los
municipios y consejos de las ciudades empezaron a ela-
borar reglamentos relacionados con la higiene individual.
Un ejemplo es que se debían evitar los trabajos violentos
“que calentaban los miembros”, como así también los
baños calientes, ya que según el conocimiento médico “el
líquido por su presión y sobre todo por su calor, puede
abrir los poros y centrar el peligro, así es que huyan de los
baños de vapor o morirán”, advertían.
EL PERFUME Y SU PAPEL PURIFICANTE DEL AIRE
El uso de perfumes y friegas en seco reemplazaron al
agua, que solo fue recomendable en rostros y manos, úni-
cas partes visibles del cuerpo, incluso el cabello se apel-
mazaba y sufría pediculosis escondido debajo de gorros
y tocas. Hasta el siglo XIV el pelo se ocultó totalmente,
a través de los años, poco a poco comienza a asomar de
forma recatada, hasta imponerse con furor la moda de lucir
el cabello blanco empolvado en el siglo XVII y también
pomposas pelucas.
Otra creencia, muy extendida, decía que la salud del
cuerpo y del alma dependía del equilibrio entre los cuatro
humores que se suponía integraban el cuerpo humano:
sangre, pituita, bilis amarilla y atrabilis. Los malos humores
se evacuaban mediante procesos naturales como las he-
morragias, los vómitos o la transpiración y cuando éstos no
funcionaban se recurría a purgas o sangrías efectuadas por
los médicos. El agua no tenía cabida en estos tratamientos,
porque “fragiliza los órganos al dejar los poros expuestos a
los aires malsanos”, se decía.
Así la higiene personal en el medioevo está asociada a
la decencia (valores morales) y las apariencias (sobre todo
en distinción de clases sociales) antes que la limpieza y la
salud. “Esta ideología continúa en el siglo XVI y XVII donde
la apariencia personal se extrapola también a la vestimenta
y al perfume que tenía un papel purificante del aire”, señala
el historiador George Vigarello.
Ser limpio implicaba, ante todo, mostrarse limpio y
comportarse como tal. Lo establecía una regla de buena
conducta, vigente en 1555: “Es indecoroso y poco honesto
rascarse la cabeza mientras se come y sacarse del cuello, o
la espalda, piojos y pulgas y matarlas delante de la gente”.
Además, los burgueses y aristócratas estaban convencidos
de que la ropa interior blanca limpiaba, puesto que en ella
se impregnaba la mugre igual que una esponja. Por eso, al
cambiarse de ropa el cuerpo se “purificaba”, simbolizando
en ese acto también la limpieza interna, todo eso sin tener
que recurrir a la temida agua.
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Mientras, en las ciudades imperaba la inmundicia. La
gran mayoría de la población, hombres, mujeres y niños,
no solo no se lavaban, sino también hacían sus necesidades
fisiológicas y tiraban sus desechos en cualquier lugar. De
vez en cuando alguien los recogía para después venderlos
como estiércol a los campesinos agricultores. Pero no existía
red sanitaria, agua corriente que encauzara los excrementos
y se hiciera cargo de la basura colectiva.
LOS VERSOS DE LA SALUD DEL TRATADO DE SALERNO
A pesar de ser tildado como el período más insalubre de la
historia, al punto que a la gente se le aconsejaba vivir lejos
de carnicerías, hospitales y cementerios para no contagiarse
con los “males de la muerte que andan en los aires de esos
sitios”, en el medioevo fue escrito el Régimen Sanitario Sa-
lernitano, tratado médico didáctico que luego se multiplicó
gracias a la aparición de la imprenta. Éste fue concebido
por la Escuela de Salerno (precursora de las facultades de
medicina del mundo), aunque no presenta autor conocido.
Consta originalmente de 382 versos, escritos en latín medie-
val y abarca secciones: como: higiene, medicamentos, ana-
tomía, fisiología, patología, terapéutica, nosología y otros
relacionados con la práctica médica. No alude a ninguna
autoridad ni tampoco invoca ritos mágicos como se usaba
en aquel tiempo.
Fue la obra médica más difundida durante la Edad Me-
dia, el Renacimiento y siglos después. En 1857 registraba
más de 240 ediciones y contenía miles de sabios y sencillos
consejos de salud. Estos versos, enviados al rey de los in-
gleses por los miembros de la dicha escuela dan cuenta de
ello: “Si quieres permanecer incólume, si quieres permane-
cer sano, quita las preocupaciones graves y evita enojarte,
cuídate del vino, poca comida, levántate después de los
banquetes, huye del sueño del mediodía, no retengas la ori-
na, no comprimas fuerte el ano: si atiendes bien esas cosas,
vivirás largo tiempo. Si necesitas médicos, que sean estos
ilustres médicos: una mente alegre, descanso y dieta mo-
derada”, destaca el historiador colombiano, Abel Fernando
Los baños públicos tuvieron una larga tradición en Europa, de hecho, ya existían en Grecia desde hace más de 1.000 años a.C. Foto de dominio
público: Baño público (Badehaus). Fuente: “Venus y Marte. El libro de la casa medieval de la colección de los príncipes de Waldburg Wolfegg".
Archivo: Hausbuch Wolfegg.