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Revista de Educación •
Conversando a fondo
través de ser sensible a sus necesidades, prestando
atención plena a ellas, sin enjuiciar (la frase favorita de
un “analfabeto” en intenciones educativas: “ignóralo,
este bebé ya está manipulando”). Al confortar y atender,
el bebé regresa al equilibrio. Y estar en equilibrio es
estar integralmente sano. Una intención en la edad
del párvulo es también estar atento -y sin juzgar- a sus
necesidades para responder a ellas, acompañando al
niño a conquistar una sólida regulación del miedo, de la
ira, de la tristeza, de la frustración, porque solo desde
la efectiva autorregulación puede aprender de la vida.
Un hermoso ejemplo es el rol protector del padre en la
película La Vita é Bella, cuando transforma el horror del
confinamiento en un juego. La expresión de terror del
niño se va transmutando en una sonrisa gozosa al jugar
con su padre. Una intención con un niño entre los 5 y
los 10 años es que desarrolle y enriquezca su capacidad
de autocontrol voluntario de la ira, de la frustración, de
la pena, y ello se logra a través de la conversación que
conduce a la reflexión. Una intención con un adolescente
es acompañarlo a tomar decisiones responsables
respetando su autonomía. En fin, este tema da para
mucho. ¿Y el propósito? Todos los adultos que nos
creemos educadores (muy pocos lo son de verdad) deben
tener presente siempre, en todo momento, que nuestra
misión educadora es formar al niño para la paz universal,
para ser un constructor activo de un mundo sin violencia.
Qué es la resiliencia y por qué contribuye a la armo-
nía emocional
La resiliencia es una fuerza interna que hemos
heredado de nuestros antepasados, a través de miles de
años de evolución. Permite hacer frente a una adversidad
y salir bien parado, triunfante y habiendo crecido
emocionalmente. Está escrita en nuestros genes como
un potencial que es necesario desarrollar y enriquecer,
porque nos permite afrontar las adversidades, aprender
de ellas y salir fortalecidos.
Esta pandemia es una adversidad que está poniendo
a prueba la resiliencia de cada uno de los miles de
millones de habitantes del planeta.
La resiliencia es un potencial, una semilla de la
cual debe surgir una fuerza real, efectiva. Sobre ella
confluyen muchos factores, tanto favorables (fortalecen la
resiliencia) como desfavorables (la anulan).
Desde mi marco teórico de trabajo (el conocimiento
del cerebro en desarrollo) yo doy mucha importancia
a los factores biológicos tanto favorables como
desfavorables, entre los cuales están factores genéticos
(genes que participan en la dimensión optimismo/
pesimismo de la personalidad, por ejemplo), la
programación fetal (eventos intrauterinos que fortalecen
o debilitan la resiliencia), factores epigenéticos (de qué
modo la experiencia modela la información genética).
El ejemplo más potente de epigénesis es el de los
niños con discapacidades, que desarrollan habilidades
sorprendentes compensatorias y le ponen el hombro
a la adversidad. Tener alumnos con discapacidades
en el aula es una invitación al resto de los niños a ser
resilientes, a no dejarse vencer por una dificultad. Y
un factor biológico esencial es la calidad del apego
primario (el vínculo muy intenso con la mamá desde
antes de nacer y por los próximos 2 meses, para luego
fortalecerlo hacia adelante).
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Conversando a fondo
Como ejemplos de factor psicológico: el desarrollo
temprano y fortalecimiento del carácter, el desarrollo
moral temprano y la espiritualidad. El carácter se refiere
a la capacidad de ser perseverante, de creer en el valor
del esfuerzo, de la voluntad; a la capacidad de esperar
cuando se tiene una meta; a la capacidad de sacrificar un
beneficio inmediato cuando el beneficio a largo plazo sea
mayor. Un niño profundamente espiritual (he conocido a
tantos… son seres iluminados) es muy resiliente, porque
percibe que la vida tiene un sentido trascendente y que
su propia existencia tiene un propósito. Lo inmediato no
altera el equilibrio emocional de un niño espiritual; está
en cierto modo distante de lo inmediato, lo contingente;
se instala tempranamente en la vida desde la certeza
íntima de una vida con un sentido, aunque todavía no
llegue a ver claramente ese sentido.
Como ejemplo de factores ambientales de resiliencia,
yo destaco la presencia en la vida de un niño de un
adulto pleno de sensibilidad hacia el mundo interior
de ese niño; pleno de ternura, de comprensión y libre
de prejuicios. En esta categoría caen muchos abuelos
y abuelas, especialmente aquellos que son tildados de
“malcriadores”. Son maravillosos.
¿Por qué la resiliencia contribuye a la armonía
emocional? Porque la armonía emocional no es más que
el equilibrio integral interno, una confluencia armoniosa
de equilibrio mental, corporal, hormonal, inmunitario. Y
ese equilibrio NO depende solo de los otros; depende
de cómo yo veo la vida, de cómo me instalo en ella;
de una resonancia energética elevada que me permite
objetividad, cierto distanciamiento de lo inmediato, de lo
concreto, de lo cotidiano. Cuando enfrento una adversidad
con ese distanciamiento de lo concreto y al mismo tiempo
con una profunda fe en que “todo tiene un sentido”, es
decir, cuando no se perturba mi equilibrio emocional, sin
duda alguna que soy resiliente. Está de moda decir que
frente a una adversidad no debemos preguntarnos ¿por
qué a mí? sino ¿para qué a mí? Allí radica la certeza del
sentido. Y he conocido niños de 5 años que ya tienen esa
certeza de sentido. Un niño de 1° básico regaló su colación
a otro que lloraba porque su mamá no le había enviado
nada en la mochila. La mamá le dijo “¿por qué regalas lo
tuyo y te quedas con hambre? No debes hacerlo”. El niño
le respondió “mamá, hoy es mi compañero, mañana será
un niñito en el África y allí estaré para darle alimento”. Ese
niño es un iluminado. Tras él hay genética, pero también
algún adulto especial. Quizá una abuela extraordinaria.
Cómo pueden los adultos, tanto educadores como
padres, ayudar a los niños a ser resilientes
La respuesta es compleja y simple a la vez. Yo suelo
decir que ayudar a los niños a ser resilientes es “tan
fácil como ganarse el Kino”. Es mucho más fácil destruir
ese potencial de resiliencia presente en cada niño. Lo
destruimos todos los días, a través de centenares de
acciones “bien intencionadas”, que llevamos a cabo
en aras de “dotar a los niños de lo que no tienen”,
ignorando que ellos poseen todo pero que nos necesitan
para expresarlo en sus vidas. El adulto que humilla a un
niño; aquel que lo ignora, que es negligente con ese
niño; aquel que lo vulnera a través del castigo físico o
psicológico, aquel que lo utiliza para sus fines, por lo
general muy egoístas, en fin… Todos ellos destruyen día
a día la resiliencia de un niño.
“¿Por qué la resiliencia contribuye a la
armonía emocional? Porque esta última no
es más que el equilibrio integral interno,
una confluencia armoniosa de equilibrio
mental, corporal, hormonal, inmunitario.
Y ese equilibrio no depende solo de los
otros; depende de cómo yo veo la vida,
de cómo me instalo en ella”.