En la actualidad, autores reconocidos de
este cambio de enfoque que es desafiante,
procesual, participante y diversificado, son
L. Malaguzzi, G. Dahlberg, P. Moss, a lo cual,
maestros como Pablo Freire, Viola Soto,
Ofelia Reveco, han sido relevantes en nuestro
medio. Basados en estos planteamientos,
los currículos se contextualizan, las
comunidades educativas -incluidos los
párvulos- se caracterizan desde sus
realidades con sus voces y sentidos, y la
educación resignifica su enfoque valórico,
centrado en el ser, en las capacidades
maravillosas de niños curiosos, exploradores,
con iniciativa, creadores, transformadores,
abiertos al mundo y capaces de relacionarse
con otros en proyectos comunes.
¿En qué estamos nosotros frente a este
panorama? Lamentablemente, bastante
lejos de estas tendencias. A todo nivel y
con bastante preocupación desde las
familias, se desea una educación parvularia
escolarizada, donde lo central sea la
preparación tradicional a la escuela, por lo
que el interés y los sentidos de los niños no
tienen lugar, ya que la homogeneidad y el
control de resultados “académicos” es lo que
se desea. Aprendizajes memorísticos, planas
llenas de números o letras aisladas, tareas
para la casa, complementan este limitado
enfoque de la educación parvularia.
¿Y qué pasa con las educadoras de párvulos y
nuestras normativas? Este tipo de educación
postmoderna que se aplica en Reggio Emilia,
Pistoia, Barcelona, Helsinki, requiere de un
educador muy profesional capaz de convocar
a su comunidad educativa a identificarse con
sus características, fortalezas, necesidades,
expectativas y sentidos, para formular
proyectos educativos consensuados,
aprovechando la riqueza humana, cultural
y natural de la que forman parte.
Este enfoque educativo ha estado en el
país presente normativamente desde las
Bases Curriculares elaboradas en el año
2001 y se mantiene en la actualización que
se ha hecho en el presente gobierno, pero
las dificultades para su implementación
son muchas partiendo por la concepción
de educación parvularia existente en gran
parte de la sociedad chilena y en algunos
de sus líderes. También la obstaculizan
normativas intermedias que aún posibilitan
grupos grandes de párvulos por adultos, salir
con dificultad a explorar el entorno, y sobre
todo, que obligan a planificar y evaluar con
instrumentos homogéneos y poco flexibles.
Por ello, es fundamental aprovechar este
período de cambios que involucra la actual
Reforma Educacional, en sus aspectos de
fondo, que no son fáciles de implementar.
Chile debe recordar que la etapa de la
primera infancia es la más delicada pero
a la vez llena de oportunidades, y que no
podemos desperdiciar la formación de
nuevas generaciones con propuestas de
mala calidad superadas hace mucho con
investigaciones y teorías potentes.
Niños y niñas del siglo XXI con todo el
desarrollo de sus capacidades humanas
desde su ser infantil, siendo felices
aprendientes, esperamos que sea el ideal
de todos, y en eso, hay mucho que hacer. Es
tarea nacional.
Foto: Gentileza Universidad Central.
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OPINIÓN
REVISTA REVEDUC
MINISTERIO DE EDUCACIÓN
Nº 378 /2017