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Cultura

Festividad de La Tirana: “ES SÓLO FE A CIELO ABIERTO”

Estas palabras, del Premio Nacional de Historia 2002 y académico del IIAM (Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo) de la Universidad Católica del Norte, Lautaro Núñez, grafican el profundo sentido de esta tradicional fiesta del Norte Grande.

Estas palabras, del Premio Nacional de Historia 2002 y académico del IIAM (Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo) de la Universidad Católica del Norte, Lautaro Núñez, grafican muy bien el profundo sentido de esta tradicional fiesta del Norte Grande, que cada año convoca a miles de devotos. Revelaciones inéditas forman parte del más reciente libro de este investigador: “La Tirana: desde sus orígenes a la actualidad”, publicado por Editorial del Desierto.

“Se sabe, que todos los años sucede algo aparentemente insólito en los viejos bosques del Tamarugal, en el centro del desierto chileno. Durante la semana que encierra el 16 de julio, el poblado de La Tirana, con no más de cincuenta familias estables y unas trescientas casas deshabitadas, vive una breve y singular metamorfosis urbana: pasa a albergar a más de doscientas mil personas en torno al santuario mariano de mayor prestigio en el país.

Así, poco a poco, una población heterogénea, conformada por devotos curiosos, observantes, promeseros y comerciantes, comienza a adueñarse de todos los rincones, configurando por tradición una conciencia colectiva que sustenta y explica la reiteración de tan poderosa y enigmática convocatoria.

Se observará aquella iglesia en su entorno rural, desproporcionada a la humildad del villorrio; se extenderá en una plaza abierta a los bailes promeseros y las gentes harán girar un extraño caleidoscopio de buses, andarines, fondas, polvo, carpas, ferias, dolorosas mandas, encuentros, calor, frío y esos desconcertantes estampidos de bombos, que nos introducen en el vórtice de una atmósfera de inmenso misterio, sostenida por la pequeña China del Carmelo”.

Estos párrafos son parte de la introducción del libro “La Tirana: desde sus orígenes a la actualidad”, escrito por Lautaro Núñez y lanzado recientemente por Ediciones del Desierto.

 

Bajo la protección de la Virgen

Desde su niñez, el Premio Nacional de Historia 2002 sintió el llamado a descubrir y comprender la historia de su tierra nortina. Su madre, incluso embarazada, fue camarera de la Virgen, es decir, una de las mujeres que debían vestir la figura. También su abuela, bisabuela y la abuela de su abuela. De allí que Lautaro haya dicho en más de una ocasión: “Yo escuchaba los bombos en el vientre materno”.

Con este nuevo ensayo antropológico e histórico, quizo averiguar sobre los orígenes de la festividad del santuario de La Tirana, emplazado en la pampa del Tamarugal, al interior de Iquique (Primera Región). Es así como nació esta obra que aborda desde una mirada “arqueológica” el “relevante fenómeno de religiosidad popular contemporánea, cuyas raíces parecen ser más complejas de lo que se supone”.

 

 ¿Cuál es la historia que nos reúne hoy en esta gran fiesta?

Su historia es compleja a raíz de su larga trayectoria. La construcción social del mito de La Tirana se compone de diversas memorias, desde la existencia allí de una “waka” (lugar sagrado), reconocida como “Tirani” por ciertas comunidades pastoralistas altiplánicas y el hallazgo entre las arboledas de la imagen milagrosa, hasta el antiguo culto del Carmen acogido por los mineros de los buitrones (hornos de fundición de minerales) de la zona. A esto se suman los atributos propios de la evangelización española de los oasis, que en conjunto integran a todos los devotos salitreros posteriores en un espacio que siempre fue sacralizado y hacia donde convergían, como ocurre hoy, fieles y observadores desde lejanos puntos del desierto en una armónica relación entre Fe y feria. Además, allí se festejan los encuentros de gentes que retornan todos los años el 16 de julio, bajo la ansiada protección de la imagen milagrera.

 

 ¿Por qué causa tanto interés y devoción en los asistentes? ¿Se podría hablar de un carnaval?

La festividad de los bailes de santuarios está lejos de ser un carnaval. El despliegue iconográfico, la disciplina de los bailes, la música cada vez más envolvente y la íntima vinculación entre el promesante y la Virgen están muy lejos de lo que son los carnavales. La palabra “carnaval” es una ofensa para quienes ataviados de sus ropas bendecidas por la Virgen acuden al templo en un acto de constricción y recogimiento, muy diferente a la algarabía de las fiestas carnavaleras rurales y urbanas. Con comparsas disfrazadas… La Tirana es sólo Fe a cielo abierto.

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La leyenda: una pieza literaria

Los estudios sobre el santuario de La Tirana se fundamentan en una narración legendaria que se ha transformado en una suerte de documento no cuestionado. Al investigador tacneño Cúneo Vidal se atribuye dicha leyenda, según la cual la princesa inca Huillac Ñusta se refugió en el Tamarugal y luego se enamoró del minero portugués Vasco de Almeida, quien le habló de su propia religión: de un Dios Todopoderoso, de María, de la inmortalidad del alma. Ella le pidió que la bautizara y mientras él derramaba el agua y pronunciaba las palabras sacramentales, una nube de flechas los hirió de muerte.

El bautizo para los conquistadores era el símbolo de la derrota de la idolatría y del paganismo indígena que durante el siglo XVI constituía el sentido de su guerra santa. Una conversión semejante no podía ser aceptada por los guerreros que hasta entonces habían sido leales a Huillac Ñusta y los amantes fueron enterrados juntos bajo el símbolo de la cruz.

Según Cúneo Vidal, alrededor de 1536 a 1540 fray Antonio Rendón Sarmiento, religioso de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de las Mercedes Redentora de Cautivos, llegó al Tamarugal. Allí habría descubierto la cruz y resolvió levantar la iglesia “Nuestra Señora del Carmen de La Tirana”, a mitad del camino existente entre la región salitrera y el pueblo de Pica.

El arqueólogo asume que Rendón observó la cruz en un montículo del Tamarugal por el año 1551, cuando la resistencia indígena local había sido superada y gran parte del territorio ya estaba encomendado.

“Si la cruz existió, ésta habría perdurado allí hasta el paso de Rendón u otro misionero, y así, se habría recogido o creado la leyenda en cuestión. La presencia de esta cruz legendaria habría motivado el rescate de dicha leyenda conservada en el Tamarugal. Pero debe tenerse presente, como alternativa, que durante el siglo XVI era común que los primeros españoles solitarios, aquellos desmandados, o los propios misioneros, levantaran cruces en los territorios infieles, como se hicieran en los tiempos de las cruzadas, dando lugar a leyendas interpretadas después por quienes las redescubrían”.

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La Tirana: nudo de caminos

La evangelización iniciada en el siglo XVI incluyó entre los pueblos andinos del norte árido y semiárido la incorporación del baile, música e iconografía de los pueblos originarios. Así, surgieron las primeras capillas, donde las cofradías religiosas nativas ingresaban al templo tras el culto a las vírgenes pachamamas que regulaban la fertilidad de la tierra, la buenaventura y hasta la salud de sus devotos. Esto explica el por qué los santuarios de esta naturaleza se localizan entre el centro y norte del país, donde las influencias de las sociedades agrícolas, pastoralistas y mineras fueron la base del surgimiento de la religiosidad popular sustentada en los bailes de santuarios.

Entre 1982 y 1985 la antropóloga Verónica Cereceda recogió relatos míticos de los Chipayas en el altiplano boliviano, ubicados a la latitud de Pisagua y Arica. Algunos descienden hasta el tiempo prehispánico, otros hasta los contactos evangelizadores cuando se construían los primeros templos y también a la llamada “feria” de La Tirana, localidad en la que intercambiaban y vendían distintos productos.

Según estos relatos, los Chipayas -antes de los aymaras- ocuparon el altiplano tarapaqueño con estancias y asentamientos en Isluga, Chiapa, Camiña y otros lugares. Contaban con senderos y rutas viales. Y siempre se reunían en La Tirana, puesto que era su “kamana” (“paskana”) donde podían descansar, comer y morar para tomar fuerza y subir a las alturas. Por ello, citando a Cereceda, Lautaro sostiene en su libro: “La Tirana habría sido un espacio prestigiado o “Pukara Chullpa” desde los tiempos de la “humanidad anterior” y respondía como un “Pukara Mallku”, equivalente a una deidad protectora llamada “Tira Tirani” adorada por los antepasados”.

Frente a estos mitos –explica el arqueólogo- se puede indicar que, “efectivamente, el lugar que se denomina Tirana fue un nudo de caminos antes y después de la invasión española, que contaba con forraje, bosques, agua potable de vertientes y que era el paso obligado entre las tierras altas y la conexión con el Pacífico, con senderos visibles hasta hoy entre la latitud de Iquique y el Loa. Se incluye un camino que viene del altiplano boliviano por la Calera a Tirana y que se conectaba con los asentamientos bajos y el litoral, y otra huella que unía Llica con Pica y la costa inmediata o la misma conexión vial del valle de Camiña con el litoral de Pisagua”.

De uno u otro modo, el mito de La Tirana dejó de representar el coraje de una mujer o la simbología de la conversión por el reconocimiento de un espacio sacralizado antes de la evangelización.

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Los orígenes del culto Carmelo

A Lautaro Núñez le llamaron la atención las ruinas del buitrón llamado “El Pozo del Carmen”, localizado junto a otros restos correspondientes a una iglesia donde se veneraba la Virgen del Carmen a fines del siglo XVIII.

“Cuando revisé el archivo de la Catedral de Iquique, encontré valiosos datos sobre esta ruina que, al ser afectada por el gran terremoto, años después fue reemplazada por la iglesia actual, levantada durante el período salitrero. De esta larga trayectoria de la religiosidad popular entre el fin de la Colonia y el comienzo del período republicano, acrecentada por miles de fieles que acudían desde los cientos de oficinas salitreras y los puertos, valles y altiplano, surgió la trascendencia de esta imagen milagrosa hacia donde acude y aún lo hace una mayor cantidad de devotos con el fin de apromesarse con la Virgen, esto es, requerir un favor previos sacrificios, en donde se destacan los bailes religiosos como el principal medio para enmandarse con la Virgen antes o después de los “favores concedidos”. Esto responde a la enorme trascendencia de un santuario que se sustentó en un larguísimo tiempo de tradiciones indígenas, mestizas, españolas y criollas, hasta la sociedad de hoy”.

La fiesta de La Tirana se ha nutrido también de componentes altiplánicos más  allá de las fronteras. “Los pueblos bolivianos, peruanos y chilenos hicieron suya esta festividad, trasladándose hacia La Tirana los aportes iconográficos que provenían y aún provienen tanto de la creatividad tarapaqueña como de los pueblos limítrofes, principalmente de aquellos del altiplano sur de Bolivia –agrega-. En este sentido, el culto mariano del Carmen ha estimulado, a través de la religiosidad popular, la integración fronteriza de un modo armónico y profundamente ligado a una devoción que va más allá de las fronteras políticas”.

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Patrimonio cultural y educación

El académico del IIAM (Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo) de la Universidad Católica del Norte, destaca que Chile es un país que presenta distintas identidades de religiosidad popular, donde la diversidad es tan elocuente como las fiestas de los santuarios populares. Sin embargo, en su opinión los programas educacionales hasta ahora no han abordado las respuestas culturales religiosas que caracterizan a cada una de las regiones de Chile, por lo que se requieren programas educacionales específicos para otorgar mayor relevancia a las expresiones locales como La Tirana.

¿Qué es lo más destacable de esta festividad? “Cómo las cofradías y sus bailes religiosos, junto a miles de devotos, acuden allí en estado de sacrificio y gracia para entenderse directamente con esa imagen colonial a la cual se le ofrecen sacrificios, mandas y bailes de sumo esfuerzo para recibir en retorno los favores requeridos, en un acto sin mediación –afirma el arqueólogo-. Sólo en esos días se vive en una estrecha comunión entre lo que se pide, se entrega y se recibe. Hasta volver con vida todos los años para reiterar esta relación personal que sustenta al culto mariano”.

 

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