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Fernando Pérez, arquitecto y profesor de la PUC: “ALEJANDRO ARAVENA APLICA SU CREATIVIDAD A LA DOCENCIA”

En entrevista exclusiva con Revista de Educación, este docente destaca las facetas desconocidas del actual director de la Bienal de Venecia 2016, quien recientemente se convirtió en el primer chileno en recibir el Pritzker, el mayor premio de la arquitectura mundial. Asegura que es “extremadamente dotado como profesor y muy inspirador para los estudiantes”.

En entrevista exclusiva con Revista de Educación, este docente destaca las facetas desconocidas del actual director de la Bienal de Venecia 2016, quien recientemente se convirtió en el primer chileno en recibir el Pritzker, el mayor premio de la arquitectura mundial. Asegura que es “extremadamente dotado como profesor y muy inspirador para los estudiantes”.

A sus 48 años, Alejandro Aravena se convirtió en el primer chileno en ganar el Premio Pritzker, el equivalente al Nobel de Arquitectura. Un galardón que han recibido personajes tan connotados como Oscar Niemeyer, Frank Gehry, Renzo Piano, Zaha Hadid y Jean Nouvel. Y que sólo han logrado tres latinoamericanos: el mexicano Luis Barragán (1980) y los brasileños Oscar Niemeyer (1988) y Paulo Mendes da Rocha (2006).

Su profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), Fernando Pérez Oyarzún, conversó con Revista de Educación sobre este destacado alumno suyo, con quien posteriormente tuvo una relación profesional que los llevó a construir juntos la Facultad de Medicina en la casa central de la PUC.

Formación en la PUC

¿En qué momento de su trayectoria profesional entró en contacto con Alejandro Aravena?

Fui su profesor de Taller y de Introducción a la Arquitectura, ambos en primer año. El Taller es siempre considerado el ramo más fuerte de la carrera de arquitectura, requiere de esfuerzo, e Introducción a la Arquitectura es como la vertiente teórica del taller. Entonces, él tuvo –yo encabezaba un equipo grande de gente– que sufrirme como su primer profesor. Ésa fue mi primera relación con él.

A continuación, yo diría que Alejandro no era un alumno cualquiera. Siempre se destacó, tanto dentro de la clase como fuera de ella. Junto con ser muy dotado, era muy responsable y trabajador, fue uno de los líderes de su generación.

¿En qué se notaba ese liderazgo?

En tener opinión. Tenía ideas sobre las cosas, juicios. Era una persona severa: podía juzgar a un profesor, estimar si un ramo era bueno o malo. Y, además, tenía una notable capacidad para expresar sus ideas públicamente y a través de ello conseguir que otros lo siguieran. Eso es lo que finalmente caracteriza a un líder, que otros lo sigan, que otros se convenzan. Creo que esa capacidad de Alejandro ha sido muy importante en toda su trayectoria.

Él ha logrado introducirse en el mundo exterior a la arquitectura. Muchas veces los arquitectos nos entendemos entre nosotros y tenemos nuestros juicios, nuestras precisiones y cuando nos escuchan desde afuera, ya sea políticos o dirigentes sociales o empresarios, no nos siguen mucho. En cambio, Alejandro ha tenido esa capacidad de convencerlos, de entusiasmarlos. Hace poco una estudiante de él me dijo: “Como profesor, era muy inspirador”, inspirar lleva a entusiasmar y a que la gente se embarque en algo. Eso lo ha caracterizado bastante.

¿Es cierto que él llegó a ser su ayudante en la Universidad Católica?

Sí. Él fue uno de mis ayudantes junto con José Quintanilla y Sandra Iturriaga. Formó parte de los equipos de ayudantes más fuertes que tuve. Introducción a la Arquitectura alcanzó con ese equipo un grado de claridad y de coherencia. Ésa fue la razón por la cual años después, cuando ya no era mi ayudante, José Quintanilla, Alejandro y yo hicimos un libro que ha sido relativamente conocido en la enseñanza de la arquitectura, se llama “Los Hechos de la Arquitectura”, publicado en 1999 y reeditado dos veces. A partir de ahí, Alejandro comenzó a hacer otros libros solo, por ejemplo: “Material de Arquitectura” y “El Lugar de la Arquitectura”, de Ediciones ARQ. Posteriormente, compartí con él algunos trabajos profesionales.

¿Cómo ocurrió eso? ¿Él se contactó con usted o usted con él?

Estábamos en contacto. Tanto que cuando yo no pude seguir realizando tanta docencia, le propuse a él que continuara con Introducción a la Arquitectura. Así heredó ese curso y contribuyó a renovarlo. Ya no lo imparte, pero lo hizo por varios años. Actualmente sólo está dictando algunas clases muy acotadas.

Luego, yo sugerí su nombre para uno de sus primeros trabajos profesionales que fue el diseño de la Facultad de Matemáticas, encargada por la Universidad Católica.

¿Qué le pareció el resultado?

Excelente. Es una de sus mejores obras. Es un edificio que ha sido muy bien aceptado por los usuarios, muy bien recibido. Alejandro era un arquitecto jovensísimo en ese momento y realmente hizo una obra con una calidad que lo destacó de inmediato. Luego, a mí me encargaron la Facultad de Medicina de la Universidad Católica y los propios mandantes, por el éxito que Alejandro había tenido, nos sugirieron trabajar juntos. Así que los que habíamos estado reunidos en la docencia nos volvimos a reunir en el terreno profesional con mucho gusto, y no sin esfuerzo, porque siempre una obra lo requiere. Este proyecto es el único que hemos construido juntos.

¿Cuánto influyó en Alejandro la formación que recibió en la Universidad Católica?

Obviamente influyó, pero es complicado para mí abordar este tema por estar tan involucrado, ya que no sólo fui su profesor, también fui Director de la Escuela de Arquitectura (1987 y 1990), y Decano de la Facultad de Arquitectura y Bellas Artes (1990 y 2000).

Lo que podría decir es que los cursos en los que fue mi estudiante o ayudante, y las labores que me tocó presidir como directivo, se dan en un momento en que hicimos un esfuerzo muy importante para dotar a la Escuela de una calidad que fuera coherente con su gran tradición y que no se limitara simplemente a lo local, que tuviera una dimensión internacional. La gran satisfacción es que hubo, y me refiero no sólo a Alejandro, un grupo de arquitectos notables que recibió ese mensaje, fue capaz de encarnarlo y mejorarlo. Lo mejor que le puede ocurrir a un profesor no es simplemente que alguien aprenda lo que uno le enseñó, sino que con lo que uno le enseñó haga mucho más. Creo que eso es parte de Alejandro y de su generación.

En algunas publicaciones se ha hablado de la llamada “generación de oro de la arquitectura chilena”, que incluiría a Smiljdan Radic, Matías Klotz, Cecilia Puga, Sebastián Irarrázabal y Alejandro Aravena. ¿Qué opina Ud. de eso?

Ellos son de la misma generación que Alejandro, dos años más o menos. Son un grupo muy notable que tuvo la fortuna de tener encargos que aprovecharon muy bien y desde el comienzo lograron una resonancia internacional bastante importante. De hecho, Smiljdan tuvo el encargo de la Serpentine Gallery en Londres que es una especie de Pritzker porque en el fondo la Serpentine Gallery escoge cada vez un arquitecto en el mundo para que levante un pabellón delante de la galería de exhibiciones. Ellos viajan, escogen un continente y al final a un arquitecto, a uno solo. Y si uno mira la lista de gente que construyó antes que él es para quedarse completamente patitieso.

Hablando en un contexto más pedagógico: uno podría decir que invertir, invertirse, en educación puede tener frutos impresionantes. Lo que la gente obtiene luego son méritos suyos, ni de sus profesores ni de sus instituciones, pero evidentemente esas dotes encontraron un ambiente, un caldo de cultivo, también una inspiración que los motivó a proponerse metas muy altas, exigirse mucho y conseguir los frutos que consiguieron.

¿Ud. fue el profesor guía en la tesis que hizo Alejandro para titularse en la Universidad Católica?

No. Estuve en su jurado de tesis, en su examen, y seguramente fui muy severo. A él le fue muy bien igual. Pero eso indica que las relaciones personales no nublan el juicio crítico y la exigencia. Y eso me parece que es dentro de todo –uno puede estar equivocado o no en su juicio- una buena escuela. Él mismo es resultado de ese rigor.

¿Es cierto que Alejandro tuvo un taller donde un profesor encontró muy malo su proyecto, le puso un 4.0 para no echarle a perder el promedio y después con ese mismo proyecto le fue muy bien en un concurso?

Leí esa historia, no la sabía. ¡Por suerte no fui yo! Pero eso demuestra algo: es importante lo que uno aprende, pero también el carácter para poder sostener las convicciones. Muchas veces uno como profesor pisa y mata ese carácter de los estudiantes al imponerles una opinión que no necesariamente es tan objetiva. A Alejandro eso no es fácil hacérselo porque él tiene una resistencia enorme, pero otros no tienen la misma resistencia y a lo mejor se pierde una buena idea.

Un profesor tiene el enorme desafío de poder ver ideas que están emergiendo. A veces a lo mejor son un poco deformes, no son tan fuertes, pero ahí hay algo. Creo que el gran talento de un profesor es poder decir: “oye, parece que ahí hay algo, ¿por qué no sigues buscando por allí?”, en vez de decir “no, olvídate de eso, haz esto que es seguro”. Se trata de no ser condescendiente y considerar que toda cosa es buena porque eso tampoco produce gente cualificada, pero al mismo tiempo ser capaz de ver alguna idea que puede llegar a puerto.

¿Qué ha influido en la formación de un buen arquitecto como Alejandro? ¿Sólo la universidad y el talento?

Aquí hay algo interesante: ¿qué hace la formación de alguien? La formación de alguien no la hace sólo la malla curricular o el listado de profesores que, sin duda, es más importante que la malla curricular. También influyen muchas otras experiencias.

En la Escuela de Arquitectura hubo experiencias muy interesantes como, por ejemplo, un intercambio que se hizo a EE.UU. del cual Alejandro fue parte cuando estaba en la mitad de la carrera. Además, él hizo un postgrado en Venecia, uno de los centros intelectuales más importantes del mundo, donde fue alumno del arquitecto italiano Manfredo Tafuri (fallecido en 1994). Venecia ha sido importante para él y ahora está a cargo de la Bienal.

Hay que destacar la relación de Alejandro con los idiomas. Él por su formación del colegio tenía un buen alemán y un buen inglés. Luego, aprendió italiano. Una persona que domina esos idiomas puede relacionarse a nivel mundial con muchos y dar cuenta de sus ideas en distintos escenarios. Representa una ventaja muy importante, que en Chile deberíamos atender con mayor cuidado.

“Del Magno Templo Griego”

¿Qué otros factores han influido en que Alejandro haya llegado tan lejos?

Una de las cosas que ha sido importante en este sentido es que Alejandro tiene algo que aparentemente no muestra, pero que está debajo del iceberg: su capacidad de investigador. Si él hubiera querido dedicarse a la investigación pura o histórica hubiera sido igual o tanto más brillante.

¿En qué sustenta esa afirmación?

Él realizó una investigación notable en que fue a medir muchos templos griegos de Italia, los llamados templos de la “Magna Grecia”, de las colonias griegas en el sur de Italia. Luego, publicó un libro, que editó él mismo y se llamó: “Del Magno Templo Griego”. Ahí hizo una serie de dibujos, es un dibujante muy dotado.

Lo que quiero decir es que detrás de alguien que ahora está dedicado al ámbito público, a la vivienda social, hay una formación muy sólida que es simultáneamente teórica, histórica, documental. Se nutrió de un buen momento de la Escuela (Arquitectura de la PUC) y también de otras Escuelas del mundo. Y de su propia formación porque uno también se forma solo, él fue a estudiar solo, investigando por cuenta propia. Eso significa que su formación no quedó confinada a lo que uno fue capaz de transmitirle cuando era un estudiante.

Yo estaría orgulloso como profesor de poder inyectar a los estudiantes un entusiasmo tal que los haga seguir dando vueltas las cosas que uno les mencionó y que los haga ir a comprobar por sí mismos elementos en terreno.

Nuevos modos de hacer docencia

¿Cómo describiría Ud. las clases de Alejandro Aravena en la Universidad Católica? ¿Cómo es él como profesor?

Alejandro ha ejercido poco la docencia en los últimos años, incluso ha tomado una posición crítica respecto a la docencia y a la academia, pero es extremadamente dotado como profesor y muy inspirador para los estudiantes.

Se le nota su enorme capacidad comunicativa. Esto para las clases es muy bueno: poder transmitir con mucha fuerza y claridad sus ideas de un modo que a los estudiantes no se les olvida, les queda marcado. Eso por una parte. Y por otra, es una persona de una enorme creatividad, no considera que la docencia sea sólo técnica o sólo transmisión o sólo exigencia, es capaz de inventar modos nuevos de hacer esa docencia.

En Introducción a la Arquitectura inventó un ejercicio que ha permanecido como algo tradicional en la escuela y que yo mismo he utilizado en talleres posteriormente, que consiste en la idea de trazar edificios 1 a 1, o sea, de su tamaño real.

Los estudiantes muchas veces toman contacto con edificios muy importantes del pasado, por ejemplo, templos griegos como el Partenón o catedrales góticas como Chartres, pero los ven en fotografías, planos o dibujos y no tienen idea de sus dimensiones. Entonces, a Alejandro se le ocurrió que los estudiantes buscaran grandes lugares como canchas de fútbol y trazaran los edificios del tamaño que realmente son. Dibujaron las columnas del Partenón y ellos no podían creer que se podían meter adentro. La experiencia de descubrir las dimensiones reales a través de un trazado es un invento.

Años después, en Taller de Arquitectura pidió a los estudiantes que trabajaran con maquetas de hielo. Habíamos trabajado con maquetas de hormigón, donde se hacía un moldaje y se vertía el hormigón dentro. Ahora, había que hacer un moldaje, poner el hielo, meterlo al refrigerador y llevarlo a la maqueta, la que sólo duraría una tarde pues iba a empezar a deshacerse. Luego, utilizó esa misma idea en unos talleres que hizo en Venecia donde por la presencia del agua el hielo podía flotar, las maquetas flotaban en el agua.

Profesor en Harvard

¿Ud. tuvo algo que ver en que hayan llamado a Alejandro para hacer clases en la Universidad de Harvard?

Ocurrió una cosa curiosa: yo había sido invitado a enseñar a la Universidad de Harvard en 1990 y tenía contactos allí. Tal vez por esa razón y porque a finales de la década de los 90 los jóvenes arquitectos chilenos comenzaban a destacar internacionalmente, el decano del Departamento de Arquitectura de Harvard me llamó y me dijo: “los arquitectos chilenos se están destacando mucho, a mí me gustaría que alguno de ellos viniera para acá”. Me pidió sugerencias y le di una lista para que escogieran; la encabezaba Alejandro, pero también sugerí allí a Smiljdan Radic, Matías Klotz, Sebastián Irarrázabal y Albert Tidy. Finalmente  eligieron a Alejandro y creo que eso fue muy importante para que él asumiera una dimensión internacional y para que estando en Harvard mirara Chile y le surgiera con fuerza la preocupación por la vivienda social.

¿Cómo fue su estadía en la Universidad de Harvard?

La Escuela de Harvard es una escuela muy competitiva, ingresan estudiantes de muy buen nivel de distintas partes del mundo y si a uno lo invitan a enseñar en general forma parte de un grupo de profesores invitados. No siempre se está consciente de esto: esos profesores invitados suelen ser los arquitectos más conocidos o emergentes del mundo en ese momento.

Alejandro rápidamente tomó consciencia de esa situación. Además, a uno lo invitan a hacer clases a los últimos talleres, con los alumnos de cursos superiores, donde ellos pueden elegir con quién trabajar y uno eventualmente puede no tener estudiantes. Uno va y dice: “yo le vengo a ofrecer esto” a personas que están mirando a arquitectos de todo el mundo. No es tan fácil. Hay que tener una buena oferta. En ese contexto, él se dio cuenta que convertir la dimensión problemática del mundo, la dimensión tercermundista, en una cosa no tratada le daba enormes ventajas, que supo aprovechar. Alejandro tuvo un pensamiento estratégico. Y eso lo fue llevando a la convicción fundamental de que la arquitectura tiene una dimensión pública muy relevante y que el arquitecto tiene la capacidad de jugar un rol en las políticas públicas, más involucrado de lo que suele ser habitualmente.

Personalmente, no tuve intervención en el tema del taller que Alejandro comenzó a impartir en Harvard. Eso se le ocurrió allá. Recuerdo que yo pasé por esa angustia. Cuando arquitectos destacados, que salen en las revistas, están al lado de uno ofreciendo algo, surge la pregunta: ¿por qué alguien me va a querer a mí? En mi caso, propuse un tema diferente, pero con una problemática latinoamericana, relacionando cultura y arquitectura. Mi taller fue sobre Vicente Huidobro en Cartagena. Llevé mucho material desde Chile: fotografías, planos, material bibliográfico y puse todo a disposición de los estudiantes para que pudieran trabajar en varias propuestas. Algunas de las mejores -unas de ellas fue sobre la tumba del poeta en Cartagena- aparecieron en la revista que publica Harvard cada semestre.

¿En general a los arquitectos no les causa desazón que algunas cosas queden sólo en proyecto?

Nos críamos con eso. Recuerdo que arquitectos como Christián de Groote que fue Premio Nacional de Arquitectura, yo creo que el más importante del siglo XX en Chile, me decía: “Yo gano 1 concurso de cada 10”. ¡Y era Christián de Groote!

Los ingenieros nos encuentran un poco locos porque normalmente ellos concursan por antecedentes y si a la contraparte le gustan sus antecedentes los contrata y si no, no. Pero no hacen un trabajo previo.

Es un tema que tiene una larga historia. No es que esto lo hayamos inventado, esto ha sido así por muchos siglos. Desde el Renacimiento se realizan concursos de arquitectura; a veces a los arquitectos que participaban se les pagaba y otras veces no. O se contrataba a alguien, luego se cambiaba de arquitecto, entraba otro, etc. La arquitectura ha tenido esa condición.

Cuando se gana un concurso es para hacerlo con ese proyecto. ¿Qué sostiene eso? Yo creo que los arquitectos podemos tener muchos defectos, pero en general tenemos el mérito de que nos gusta mucho lo que hacemos. Tenemos entusiasmo e ilusión. Hay un dicho: “uno pierde un concurso, pero se queda con un proyecto”. O sea, aunque una obra de arquitectura no esté construida, es una idea que está dibujada, que puede servir a otros.

Le voy a poner un ejemplo: un concurso para un diario “El Chicago Tribune” en Chicago. Fue famoso en todo el mundo. Un arquitecto ganó y construyó ese edificio y otro arquitecto que hoy es mucho más famoso que él sacó el segundo premio, pero ese segundo lugar – aunque no se construyó– fue muy influyente sobre muchos rascacielos de Nueva York.

Por supuesto que la construcción es muy importante, pero al mismo tiempo algo se consolida cuando uno dice: “esto es una idea”, “esto podría ser así”. Entonces, aunque no gane un concurso, se queda con un proyecto igual.

¿Por qué cree que Alejandro Aravena recibió este Premio?

Si me pusiera imaginariamente en la cabeza del jurado y pensara qué buscaban al darle un Premio a alguien como Alejandro, una persona tan joven que recién había salido del jurado del Pritzker, supongo que sobre todo destacar esta encarnación que él ha hecho de la posibilidad de un rol más público para el arquitecto. Su enorme capacidad de comunicación le ha permitido convencer, liderar procesos y hacer realidad esos fenómenos, pero además cuenta con la simultaneidad de una cabeza que es teórica y práctica al mismo tiempo y que le ha permitido estar en el mundo de la vivienda social y en el diseño sofisticado de un museo, una residencia universitaria u otro. Ese cruce, ese haz de cosas, yo creo que es lo que llevó al jurado a darle el Premio.

La satisfacción y el privilegio de ser profesor

¿Siente que ha contribuido a lo que sus estudiantes de arquitectura han logrado ser?

Veo con satisfacción que algunas de las cosas que intenté transmitir ellos las han multiplicado, las han hecho crecer. Y ahora yo aprendo de ellos. Y es una satisfacción. No hay ningún premio que pueda ser equivalente a eso, a ver que alguien es capaz de recoger lo que uno sembró y no siempre es aquello que uno conscientemente dijo o hizo. Ésa es una maravilla y un drama del profesor también. Uno está actuando enteramente y a veces un gesto o algo que uno dijo como algo secundario detona en alguien un proceso. Entonces, uno tiene que ser todo lo cuidadoso y generoso que pueda porque no sabes exactamente qué botón puedes apretar.

Muchas veces me he sorprendido con testimonios de estudiantes que me dicen: “No, es que cuando Ud. dijo eso, yo tal cosa”. Ah, yo no pensé que eso era importante, lo dije por otra razón. Entonces, eso es un misterio y una maravilla de la condición de profesor. Y lo digo yo, que nunca quise ser profesor, llegué a serlo por las circunstancias de la vida. Solamente los años y el haber visto no sólo a este grupo destacado de personas sino a muchos otros estudiantes crecer y fructificar, me han enseñado que yo era bastante tonto y no me daba cuenta del privilegio que es ser profesor.

En estos últimos años volví a dar Introducción a la Arquitectura y Taller de primer año; con toda la experiencia miraba a esos grupos de estudiantes y pensaba: “cada una de estas personas tiene una potencialidad enorme si somos capaces de sacarlos adelante”.

¿Cómo debe ser el ambiente de enseñanza para que las capacidades surjan?

No creo que hay que limitarlo a un profesor, un alumno, lo que me dijo y punto. Es la creación de un entorno en que las ideas se multiplican, los estudiantes se contagian, existen contactos con fuentes externas. Hay convicción, investigan. Es un ambiente que uno no domina bien, como cuando un científico tiene un caldo de cultivo, obviamente no puede multiplicar cada bichito pero sabe que a tantos grados y en ciertas condiciones algo surge.

¿Eso será extrapolable a la realidad escolar?

Sí, absolutamente. Por ejemplo, hay recuerdos notables como el de Albert Camus sobre su profesor de primaria, que fue quien lo convenció de ir al Bachillerato en Francia. Él vio que era una persona talentosa e incluso lo entrenó para poder dar el Bachillerato y seguir adelante. Cuando Camus recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, reconoció a este profesor como alguien que había sido el germen de lo que él estaba recibiendo en ese momento.

Si uno mira grandes pedagogos como Henri Fravre, quien escribió “Los Recuerdos Entomológicos”, él sacaba a los estudiantes de su escuela en Francia y los llevaba a ver insectos y a abrir los hormigueros. No era pura motivación y paseo. Él sabía realmente de entomología, sabía cuándo podía encontrar un hormiguero con larvas porque sabía cómo se reproducían las hormigas. Él fue capaz de desarrollar en los estudiantes algo que yo creo es notable: la capacidad de aprender.

La idea de fomentar la cooperación entre los estudiantes, no someterlos a patrones rígidos que maten la creatividad, pero al mismo tiempo con un rigor detrás y sabiendo que uno tiene la mochila de un saber, que no está improvisando cosas, estoy seguro que eso podría dar y da resultados notables en el mundo de la pedagogía básica y media. Hay muchísimos profesores, cuyos nombres a veces no conocemos, que trabajan en esa línea.

 

 

 

 

 

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